Lo que está aconteciendo en los Estados Unidos con el inusitado posicionamiento del candidato republicano Donald Trump, no solo en la lucha interna por la candidatura del viejo partido, sino en las encuestas que proyectan los resultados electorales de las elecciones de noviembre próximo, es una confirmación más de cuán vulnerable es la mente humana y la peligrosa influencia que pueden ejercer en ellas malos liderazgos.
Aun si dejáramos a un lado las destempladas expresiones de Trump en contra de los latinos, los afroamericanos y las mujeres, resulta difícil creer que una persona de su perfil, más conocido por sus extravagancias y posturas mediáticas que por sus talentos, se haya colado como la “vedette” en el proceso eleccionario norteamericano y que haya sido catapultado por las votaciones en los distintos estados a la fecha.
Ciertamente los pueblos cuando se cansan de lo que los anglosajones denominan como el “establishment”, apuestan por candidatos que encarnen una oferta distinta, lo que algunas veces puede ser positivo, pero muchas veces conduce a decisiones insensatas que no analizan las condiciones del candidato o las consecuencias negativas que se podrían derivar de su elección, y simplemente se dejan seducir por un discurso populista, extremista o enardecedor de supuestos sentimientos nacionalistas, cual cantos de sirena.
Y esto no solo sucede con respecto a candidatos, sino que existen personas que a pesar de tener un nivel intelectual y académico por encima de la media, bajo una mala influencia son capaces de crear fábulas, repetir mentiras, o respaldar las más descabelladas ideas y tomar decisiones fundadas en estas, basta recordar la tragedia de Guyana. Es difícil justificar que muchos latinos residentes en los Estados Unidos o no, expresen simpatía por Trump y estén dispuestos a votar por él y a endosar su discurso anti inmigrantes. Pero lo más chocante es que dominicanos entiendan que es preferible votar por el intolerante candidato republicano, pues Hillary Clinton es supuestamente “enemiga” de los dominicanos y alentaría planes en beneficio de Haití y en desmedro de la República Dominicana.
Eso constituye una muestra de cuánto daño se hace a una sociedad cuando se la contamina con discursos que generan odios y delirios, pues para nadie debería ser ajeno que compartimos la isla con nuestro vecino haitiano, que somos dos pueblos distintos por múltiples razones pero que nada puede contribuir más a detener la inmigración haitiana que la prosperidad de dicho país, que como se sabe es el más pobre del continente americano y uno de los más pobres del planeta.
Por tanto quienes promuevan ayudas para el desarrollo de Haití o defiendan los derechos humanos de descendientes de haitianos, no tienen que ser vistos como nuestros enemigos, máxime cuando se trata de personas que han demostrado afecto y solidaridad para los dominicanos, como es el caso no solo de los Clinton, sino de Mario Vargas Llosa. Pues no se trata de que para ser amigo de esta nación haya que ser enemigo de Haití, ni de que haya que perder el libre pensamiento para criticar, cuando así se juzgue pertinente, lo que no se encuentre bien, como fue el caso de la conflictiva sentencia del Tribunal constitucional.
Los extremos nunca han sido buenos consejeros, y lo que parece malo generalmente puede ser peor de lo que se imagina. Ojalá que los electores norteamericanos no se dejen conducir por discursos que representan todo lo contrario a los principios enarbolados por los fundadores de esa importante nación, lo que únicamente podría conducirla al ocaso de su liderazgo mundial y a alentar que también en otros lugares estos sean los discursos que prosperen.