Los seguidores del expresidente Leonel Fernández talvez no se han percatado todavía del significado de su discurso el lunes de esta semana, con el que cerró toda posibilidad de un entendimiento para ponerle fin a la situación generada en el Partido de la Liberación Dominicana por el cambio en la correlación de fuerzas que dan al presidente Danilo Medina el control y el liderazgo de la organización.
Acorralado por la pérdida de la supremacía partidaria, el tres veces presidente de la República pareció esa noche incapaz de colocarse a la altura que le impone su condición de presidente del partido, desafiando la autoridad que las reglas y la tradición le han impuesto desde su fundación hacen más de 40 años.
Sin hacer mención alguna de ella, Fernández expresó su rechazo tajante a la decisión del Comité Político, la máxima jerarquía ejecutiva que él encabeza, de llevar al Congreso un proyecto de ley de reforma constitucional, que permitiría al presidente Medina optar por un segundo mandato consecutivo. La aprobación de esa ley cambiaría radicalmente la dirección de los vientos con los que Fernández aspira a ser nuevamente el candidato presidencial, a despecho de su creciente tasa de rechazo. Su posición más que de principio obviamente radica en ese punto: su desplazamiento como líder de la organización.
Visiblemente enojado y con muestras faciales del mal momento, el exmandatario hizo referencias muy ácidas hacia la figura del mandatario, quejándose de una supuesta campaña dirigida a desacreditarlo, atribuyéndolo a una lucha de intereses grupales dentro del partido. Lejos de plantear una salida negociada al impasse a lo interno del PLD, Fernández añadió ingredientes que podrían acentuar las diferencias, anulándose probablemente como una opción a la reelección presidencial, y alejándose así de la tradición disciplinaria que ha caracterizado la vida de ese partido.