El binomio arte y dinero siempre ha sido conflictivo. El valor de una obra de arte es uno de los grandes secretos que sólo conocen algunos iluminados ¿Cuánto vale una obra de arte, sobre todo una de arte contemporáneo? ¿Un cuadro de Vela Zanetti, de Oviedo, o de Jorge Severino ¿puede valer lo mismo que un Rolex Presidente? Es tan relativa la respuesta que pocos se atreverían a dar su opinión sobre el tema. El coleccionismo de todo tipo siempre ha sido una de las constantes del ser humano en cualquier estadio de la historia. El coleccionismo de obras de artes visuales es, sin dudas, el rey de las aficiones de los ricos y famosos.
Coleccionar arte es un juego peligroso y excitante. Los concursos de arte con “jurados muy serios y capaces” lo han complicado más. Muchas veces se puede pagar demasiado por una pieza que poco después no vale ni el material en que se ha realizado, y que terminan en un oscuro rincón de un museo o en el cuarto de los detergentes y escobas del coleccionista. El coleccionismo tiene algo de juego de azar, pero es una actividad que empieza a ser menos de una élite, ahora es más variada y participativa tanto en el objeto a coleccionar, como en el sujeto coleccionista.
Para coleccionar, no basta con tener dinero, hay que informarse, aprender, viajar, pero con ese objetivo en mente. Desear y enamorarse de una obra, ceder a esa obsesión. Convivir con ella y después, si se quiere, venderla o donarla con beneficios. Los más inteligentes se asesoran con profesionales y otros, los más arriesgados son llevados por su incipiente olfato. Los catálogos que se ofrecen en los grandes y lujosos hoteles de París, New York, Madrid o Hong Kong van en busca de esos nuevos clientes que viajan para ver galerías, museos y ferias.
Recientemente Miami Art Basel ofreció una glamorosa fiesta de bienvenida a los cerca de cinco mil coleccionistas que han llegaron al sur de Florida para asistir a la Gran inauguración de su exhibición. Las extravagancias de los de siempre y los precios de locura dan el pistoletazo de salida a un intensísimo programa para los nuevos mecenas. Adulados, mimados, felices con su nuevo juguete, que de inmediato hacen resplandecer los primeros puntos rojos en piezas millonarias, sobre todo de clásicos del siglo XX. El coleccionismo de arte se ha convertido en la nueva pasión de las élites internacionales, y no es nuevo, la diferencia es que ahora hay más coleccionistas y, sobre todo, que se dejan ver y hacen alardes de sus adquisiciones. Ahora quieren pasar a un primer plano.