Connotados panegiristas de la llamada Era de Trujillo ofenden con descarada frecuencia la inteligencia nacional, al formular su valoración de la diplomacia durante la tiranía que cercenó las libertades públicas del país por más de treinta años. Aducen que las relaciones internacionales de este país experimentaron “ su máximo esplendor y brillo” durante ese nefasto período de nuestra historia, sólo porque hombres educados, con grandes conocimientos de las formas protocolares a la usanza de entonces y dotados de un gran dominio de la oratoria, les sirvieron al tirano en el servicio exterior. No toman en cuenta lo esencial, los objetivos básicos de esa política, en su vano intento de justificar la peor muestra de servilismo que generaciones de dominicanos hayan contemplado.
Esos señores pudieron estar mejor preparados para la faena que los que llegaron después, pero no eran mejores, ni estuvieron nunca guiados por razones éticas y morales. Por el contrario, contribuyeron con su talento a perpetuar la tiranía y a justificar en el plano doméstico y en el escenario internacional, algunas de las peores atrocidades cometidas por ese régimen.
Revisando papeles viejos he leído que algunos entusiastas de ese régimen han llegado a calificar al doctor Manuel Arturo Peña Batlle como “el más grande internacionalista dominicano”. Entre sus méritos se menciona que a él le correspondió “manejar el asunto de las negociaciones con Haití para resolver los problemas fronterizos”, es decir, la enorme y grave responsabilidad de justificar uno de los más horribles episodios de crueldad escrito en nuestra historia, como fue la matanza de haitianos de 1937.
Produce escalofríos que se considere como un mérito del servicio exterior de esta nación, el que el talento de un canciller haya servido para manipular diplomáticamente de tal forma ese expediente bochornoso hasta lograr convencer al Vaticano de la “inocencia” de Trujillo.