Al inmigrante haitiano, que todavía no domina su propia lengua ni la del país de acogida, como para poder escribir, en pocos meses sus conciudadanos y grupos de dominicanos pro-haitianos lo están convirtiendo en “el enemigo en casa”. Es un inmigrante con unos ingresos irregulares y modestísimos, y que ha huido de la miseria y falta de esperanza de un país dirigido por mentalidades tribales que venden soluciones mágicas. Ese inmigrante está siendo utilizando como balón de oxígeno por quienes han dirigido y dirigen Haití; por quienes han desaparecido la ayuda para el gran terremoto; por quienes están a punto de destruirlo definitivamente, y por quienes se preparan para el asalto al país vecino, para continuar la devastación.
Haití entró al escenario mundial como nación mediante una revolución marcada por un sangriento degüello de personas. Su primera Constitución como nación marcó lo que ha sido hasta estos días la premisa de los haitianos, su odio a los blancos, y a los dominicanos en particular; racismo como identidad nacional. Lo de abolir la esclavitud es una falsa, pues fue Francia quien abolió la esclavitud, no ellos. Y son sus dirigentes quienes mantienen esclavizado a su propio país, a sus restaveks.
Los haitianos nunca han sido humanitarios, ni solidarios para con los dominicanos, todo lo contrario; han sido enemigos violentos. La clase dirigente haitiana y sus aliados sólo han apelado a la comunidad internacional para agredirnos o para pedir limosnas. La clase “alta” haitiana es la gente más despreciable que puede haber, parasitando en la miseria del pueblo más pobre de América, que ahora está administrado por la familia Clinton y Sean Penn junto a los de siempre.
Aquellos que se movilizan para que el Estado dominicano no tome acción alguna, y que sólo sean los intereses haitianos quienes mantengan las iniciativas internacionales y fronterizas en torno al problema, parecen querer que nos suicidemos. Discursos de “relumbrón”, no de estudio de los hechos y consecuencias que hicieron de dos naciones un cuerpo siamés, con seres distintos en comportamiento y espíritu.
La República Dominicana no es una simple mancha en el mapa americano, sino una estructura compuesta por rasgos determinados y característicos: algunos de ellos son la humanidad, una actitud abierta al mundo, una forma de pensar sobre el trabajo y el significado de Occidente, un seguir intentando ser mejores a través del conocimiento, capacidad de autocrítica cuando tuvimos dictadores, un intento de autosuficiencia, y el respeto por lo que es particular y distinto. Orgullosos de que el país que hemos construido es una nación de posibilidades, que no va a ser destruida por quienes están experimentando como si fuéramos ratones de laboratorios.