Nuestro escenario cultural y científico ha estado sometido a un prolongado letargo después de aquellos años dorados de la década del 40. Pocas cosas verdaderamente trascendentes se han hecho como para que nos hagan sentir que hay una intelectualidad vigorosa trabajando. Pero nada hay en este mundo que no tenga un momento decisivo, decía Cartier-Bresson, un momento que hace cambiar, su momento de inflexión.
La Academia dominicana de la lengua y la fundación Guzmán-Ariza presentaron el Diccionario del español dominicano (DED). No es un diccionario de “dominicanismos” más; no, es un estudio de cómo los dominicanos utilizamos el español, y de paso, también recoge las palabras o dominicanismos que nos inventamos para poder expresarnos en dominicano. El cómo decimos lo que decimos para decir o no decir algo; un problema bastante “culebro” en éste país, donde se conoce al ciego durmiendo y al cojo sentado.
Estábamos acostumbrados a la batuta de la RAE en lo referente al uso del español, como bien dice María José Rincón, la arquitecta o matatana del diccionario, “La presencia de palabras americanas en los diccionarios peninsulares del español es temprana, aunque escasa. La conciencia de la peculiaridad de los usos léxicos americanos fue tomando forma con lentitud hasta que en el siglo XIX asistimos al surgimiento en América de dos líneas lexicográficas, paralelas en muchos casos; una primera línea la constituyen los llamados diccionarios de provincialismos o de voces provinciales, dedicados a la recogida de dialectalismos; la segunda línea está formada por los diccionarios de barbarismos, dirigidos a registrar los considerados errores o desviaciones de la norma académica peninsular.”
Este diccionario dominicano incluye casi once mil entradas. Si nos imaginamos el diccionario como un inmenso edificio, nos dijo M.J. Rincón, en el que cada palabra vive en su propio apartamento, el edificio del DED tiene 10900 apartamentos, algunos con una habitación (palabras con una sola acepción), algunos con varias (palabras polisémicas). Hay apartamentos amplios, como el de vaina (4 acepciones y 10 locuciones) o el del verbo tirar (16 acepciones y 6 locuciones); algunos parecen verdaderas mansiones, como el de palo, con 56 locuciones, 2 frases proverbiales y 10 acepciones, entre las que se encuentra aquella que se podría ejemplificar como “Este diccionario es un palo”.
El Diccionario es un inmenso caudal de información sobre nosotros y sobre cómo hablamos. Y, además, nos puede dar pistas de cómo hablaremos dentro de algunos años. El trabajo que María José Rincón y su equipo académico han hecho, en casi 5 años, con este diccionario, es para aplaudirles de pie y por largo rato. Un trabajo serio, científico y, aunque suene raro para un diccionario, muy ameno. Bravo.