Durante décadas se conmemoró el 12 de octubre como Día de la Raza, pero por los años treinta un sacerdote español radicado en Argentina, lanzó la idea de designar con el nombre de Día de la Hispanidad esta efeméride. Esta sugerencia caló en la conciencia de la comunidad hispanoparlante, con una connotación mayor en España donde se mantiene este día como la Fiesta Nacional, por la trascendencia de este hecho en la historia de esta nación que la convirtió en el mayor imperio de la Historia Moderna, lo cual le permitió al Emperador Carlos V decir que en sus dominios no se ponía el sol por la inmensidad de sus territorios en el Nuevo Mundo, en Asia y Europa.
La genial hazaña de Cristóbal Colón Fontanarosa (1445-1505), se realizó con el patrocinio de los Reyes Católicos, Fernando V, El Católico, Rey (II) de Aragón y de Castilla (1452-1516) y de Isabel I, La Católica, Reina de Castilla y de Aragón (1451-1504).
Por eso se hizo célebre el curioso mote:
Por Castilla y por León
Nuevo mundo halló Colón
A lo que se añadió:
Pero todo lo pagó Aragón.
Por lo tanto no es correcto decir Día de la Raza, sino Día de la Hispanidad, concebido como una fiesta de fraternidad entre los pueblos que hablan la lengua de Cervantes y veneran la memoria de Cristo.
El portentoso hecho consumado el 12 de octubre no solo confirmó la esfericidad de la Tierra, sino que, además, incorporó a la civilización occidental un continente hasta entonces desconocido, con un ramillete de pueblos desconocidos hasta entonces, aunque presentado en la antigüedad clásica, en la Atlántida de Platón.
Esa es la grandeza que tiene el descubrimiento de las islas que Rodrigo de Triana avistó el 12 de octubre de 1492, con lo cual se inicia la epopeya de este acontecimiento. Este hecho no es solamente el amanecer de un continente nuevo, misteriosamente escondido en el inmenso lecho de la historia. Es también el punto de partida de la evolución del pensamiento, tarea radiante de la aurora de la verdad eterna, el comienzo del cumplimiento de una promesa consoladora para las aspiraciones expansionistas del hombre del renacimiento, que superaba los conceptismos dogmáticos de la Edad Media.
El Nuevo Mundo fue encontrado por Cristóbal Colón y sus noventa y dos acompañantes, el 12 de octubre, al entrar con sus tres carabelas, La Santa María, La Pinta y La Niña, en el archipiélago antillano, desde donde a partir de entonces la esencia del alma española iniciaría la conquista y colonización de un ramillete de pueblos que hoy integran la gran familia hispánica, acción en la que nuestra isla, la Española de Cristóbal Colón, le cabe la gloria de haber sido, en su primera etapa, “Llave y puerto de todos los Indios”, le llamó el Rey Felipe II.
Basta decir que aquí se estableció la primera Real Audiencia (1511), con jurisdicción en todo el continente; aquí funcionó la primera Corte virreinal del Nuevo Mundo con Diego de Colón y María de Toledo (1511) y aquí se levantó la primera Catedral (1520), y así como también la primera institución de educación Superior (1538), la Universidad de Santo Domingo, anterior a la de México y Perú.
Al arribar a un nuevo aniversario del descubrimiento del Nuevo Mundo, no solo nos recuerda la magnitud de esa epopeya, sino que, además, es una ocasión propicia para recordar a los pueblos indígenas que, como los pueblos taínos de las Antillas, sucumbieron víctimas de la codicia de los colonizadores, aunque desde la metrópolis, y en las nuevas tierras, se dictaban leyes y se iniciaban acciones para proporcionarles un trato humano y considerado a los súbditos de la corona española. La historia recuerda con distinción y alabanzas, el Sermón de Fray Antón de Montesinos el Cuarto Domingo de Adviento de 1511, pronunciando en presencia de los encomenderos y del Virrey Diego Colón, considerado germen fecundo del Derecho de Gentes; pero se venera también a Fray Bartolomé de Las Casas por su perseverante defensa de los aborígenes.
Por ese anhelo de consideración y justicia que predicaron los dominicos a favor de los primitivos habitantes de América, nombre éste usurpado a Colón a favor de Américo Vespucio, los que sobrevivieron a la acción colonizadora, aún recuerdan el sufrimiento de sus ancestros, aunque se llega a decir: Culpa del tiempo fueron y no de España.