Las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América pasarán a la historia por lo bizarro que resulta el candidato republicano y lo sorpresivo que resultó para ese país y para el mundo que alguien que se entendía no tendría probabilidades, desplazara a todos los demás precandidatos del GOP o gran viejo partido. Pero también pasarán a la historia porque por primera vez una mujer es la candidata de un partido mayoritario como el demócrata con reales posibilidades de llegar a ocupar la presidencia en una sociedad altamente machista.
En esta civilización del espectáculo no era de sorprender que el discurso de Trump generara adhesiones entre mucha gente descontenta, frustrada o simplemente personas que comparten algunas de sus visiones contra los inmigrantes, los planes de mejoraría social como el Obama Care o los tratados de libre comercio.
Escuchar algunas de sus rocambolescas ideas mientras a muchos nos genera un gran temor de pensar que una persona con esa visión y ese carácter pueda convertirse en presidente de la nación más poderosa del mundo, en otros, inusitadamente incluyendo personas que parecerían muy alejadas del particular estilo de Trump, despierta sentimientos escondidos que simpatizan con sus ideas antiinmigrantes y ultraconservadoras.
Aunque muchos entienden que este proceso electoral es la prueba del declive del imperio norteamericano y que refleja una total falta de liderazgo, podría ser que el mismo se erija en una difícil prueba de la que salga airosa esa consolidada democracia.
Decimos esto porque en un país en que la conciencia sobre los derechos individuales está tan arraigada, que a nadie se le ocurrió impedir el meteórico ascenso de Trump, ni jamás podría haber pretendido su contrincante Hillary Clinton que por las particularidades de su rival podría decidir no debatir con él, por aquello que alegan algunos en estas latitudes de que no era capaz de conceptualizar; serán los propios mecanismos democráticos los que decidirán para bien o para mal.
Y así precisamente se demuestran las bondades de la democracia, que la misma libertad que permitió que un precandidato que no era del agrado de la estructura partidaria republicana y que podría incluso afectar sensiblemente su posicionamiento se convirtiera en su candidato por decisión de su convención interna, es la que también ha permitido a través de los debates televisados y de la revelación de informaciones en el curso de la campaña que sus propias palabras, que sirvieron de canto de sirena para muchos, hoy sirvan para desinflar el balón de su trayectoria.
Por eso, lejos de pensar que los debates no han servido para nada o que han demostrado total falta de liderazgo como entienden algunos, lo que es una injusta generalización ya que la candidata demócrata ha presentado ideas y ha tenido una línea discursiva adecuada, pero limitada por la atipicidad de su contrincante. Debemos valorar la fortaleza institucional que ha permitido que sin importar de quienes se trate, los debates se celebren y sean una oportunidad de oro para poner al descubierto lo bueno o lo malo que cada candidato tenga.
Los resultados de las últimas encuestas que revelan más de 10 puntos a favor de Clinton demuestran el poder de la información, no solo por el video hecho público con bochornosas declaraciones sobre las mujeres, sino por la transmisión televisada de los debates. Y es que quiérase o no, no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar. Por eso la participación en los debates de un candidato con cuestionadas capacidades para debatir, lejos de dañar la figura del debate puede fortalecerla por el innegable efecto que produce en la decisión electoral.