Las pasiones dominan el escenario político y contaminan el entorno de algunos candidatos, haciéndoles un daño incalculable. Lo he comprobado por lo que se lee en las redes, donde la falta de argumentación adquiere características asombrosas. Cuando escribí en twitter que el llamado del presidente Danilo Medina a sus seguidores a buscar debajo de las piedras los votos para una victoria contundente, mostraba la clase de “fiera política” que es, me llovieron todos los epítetos. Observé que a pesar de mantenerse arriba en las encuestas su llamado era una advertencia contra el triunfalismo del que debían aprender algunos de sus adversarios.
Citaré las más caritativas. Todo un ingeniero civil, Ramón G. Henríquez, quien dice ser también un político, escribió que yo era un “feroz lambón”, un comerciante no un periodista. Juan Guevara, subdirector de un diario digital, me acusa de haber cambiado “de discurso”, lo que para él probablemente significa que de apoyar a un opositor ahora estoy del lado del gobierno. En todos los tuits que provoqué hay una evidencia clara de falta de argumentación. Ninguno trajo un elemento serio de discusión. Con descalificar les basta. Y me apena pensar que tal actitud domine el curso del debate, porque trascendería los límites de la decencia política y la campaña sería un caos que nada bueno dejaría.
El expresidente Hipólito Mejía elogió públicamente un proyecto del gobierno. ¿Significa que se vendió? ¡Por Dios! Fue un acto de valor político. Si llegara a ganar la oposición, hay infinidad de programas que tendrá que continuar e incluso mejorar, como la tanda extendida, las estancias infantiles, la ayuda a las Pymes, el 9.1.1., y otras de incuestionable valor. Tal vez consciente de ello, Luis Abinader ha prometido, como hombre juicioso que es, aumentar los planes a favor de los más vulnerables que ejecuta el gobierno. Espero que no lo crucifiquen por eso.