En un entierro reciente, los familiares del muerto golpearon el ataúd, antes de darle sepultura. La práctica es muy común para evitar que delincuentes que moran en los cementerios profanen las tumbas para revender los sarcófagos. Deudos acongojados e impotentes han denunciado que en el cementerio Cristo Redentor se roban las tumbas de sus familiares, lo cual requiere de una investigación seria y sin dilaciones de las autoridades del Ayuntamiento.
El problema consiste no tanto en el hurto de féretros con los restos de personas fallecidas. El caso pudiera ser peor. Se ha permitido el enterramiento de cadáveres en fosas donde reposan otros cuerpos, de familias sin vinculación alguna. Fue el caso de Rubén, me reservo los apellidos, que desesperado denunció hace un tiempo que el cadáver de un extraño había sido enterrado en la misma fosa donde reposaban los restos de su madre. Su caso probablemente no sea el único. Se entiende que por esta experiencia lastimosa han pasado muchos otros ciudadanos.
Todos sabemos que los cementerios no son lugares seguros y que personas que merodean y se la buscan por allí, como se dice popularmente, sustraen las flores de las tumbas para revenderlas a otros dolientes, lo que se ha convertido en un negocio diario, no sólo en el Cristo Redentor sino en otros cementerios públicos del país. Pero una cosa es que se incurra en esa práctica, por cierto condenable, y otra es que se permita el entierro de una persona sobre la tumba de otra, sin la autorización de los familiares de esta última, escribí entonces. El caso es insólito y dice muy poco del respeto que ciertas autoridades tienen sobre el dolor que produce en otros la muerte de un familiar cercano. La frase “que descanse en paz”, con que la mayoría de la población suele enterrar a sus muertos, al parecer no se cumple en la República Dominicana. Que situaciones como estas ocurran en el país es realmente preocupante.