Cuando deseamos algo con todas las fuerzas y por fin lo logramos, el tiempo se hace poco para disfrutarlo.
Lo malo es que sea cual sea el objeto de ese deseo y sin importar que haya llegado después de una larga espera, la magia del momento se empaña por el pensamiento, tan inútil como estúpido, que se aloja en la mente sin dejar espacio para nada más, y es el pensar: “Hasta cuándo. Cuánto durará, porque sé que no es para siempre”.
Eso no permite ver lo bueno de ese instante, no nos deja escuchar las palabras bellas, aquellas que rara vez tenemos la oportunidad de escuchar. Es más, son tan hermosas y parecen tan profundas que pensamos que no son sinceras.
Esta forma de ser y vivir, le resta a los pocos momentos de alegría que nos regala la vida. ¡Qué malo es ser así y qué penoso es no poder ser de otra manera! Es increíble que en medio de los contados episodios de felicidad, se pueda pensar en que ese no es el estado natural, que eso es fugaz, que pasará, que es mejor no acostumbrase.
Por más que estemos conscientes de que la vida está compuesta de momentos buenos y malos, de horas felices y tristes, de triunfos y fracasos, logros y tropiezos, cada vez que enfrentamos una de esas situaciones nos comportamos como si no lo supiéramos.
Nos mostramos incapaces de reaccionar correctamente, no parecemos lo suficientemente fuertes para salir adelante. Sin embargo, no logro entender por qué ante las cosas negativas nos dejamos llevar por la corriente y estamos seguros de que nunca cambiarán, mientras que frente a los ratitos de felicidad, a esos días que transcurren en armonía y cuando recibimos las más hermosas manifestaciones de amor, la seguridad es de que terminará “antes de que cante un gallo”.
Cada vez que pienso en estas actitudes me doy cuenta de que la mayoría de sufrimientos nos los infringimos nosotros mismos, algunos hasta los provocamos, nos complicamos, nos hacemos ideas que damos por un hecho, pero que a la larga, no se corresponden ni remotamente con la realidad.
Por momentos, se es muy fuerte y se piensa: “lo que ha de ser será, no importan los esfuerzos que haga por evitarlo y cuando pase, no me queda más que aceptarlo y seguir adelante”. Pero, de solo pensarlo, vuelve el temor y con él el afán por tratar de detener, lo que muy probablemente sea inevitable. l