El próximo domingo se celebrarán nuevamente elecciones en el país y una vez más después de las mismas solo quedarán las cenizas de tantos recursos despilfarrados, la irreversible pérdida de tantas horas de trabajo y clases, los restos de carteles con rostros maquillados de los candidatos que invadieron todos los espacios y la inevitable sensación de vacío que quedará en aquellos que no se conforman con nuestra caricatura de democracia.
Aunque para muchos votar haya sido siempre una posibilidad, no debemos olvidar que en este país hubo muchos años de dictadura y de regímenes totalitarios en los que tuvimos partidos únicos, presidentes títeres y elecciones fraudulentas legitimadas por partidos complacientes, y que en muchas partes del mundo esta sigue siendo una penosa realidad.
Pero tampoco debemos olvidar la responsabilidad que deberíamos sentir de hacer lo necesario por honrar el sacrificio de muchos que posibilitaron que hoy día podamos ejercer el derecho al voto. Lamentablemente nuestros gobernantes en estas décadas de democracia que hemos vivido, en su afán de mantenerse en el poder han cambiado la represión física por la económica, haciendo que el costo de no estar con el gobierno sea tan alto, que mucha gente claudique sus convicciones y esté dispuesta a apoyar cualquier acción con tal de mantenerse en su gracia.
Paradójicamente esto ha causado una merma en los valores democráticos y que mucha gente anestesiada emocionalmente por efecto del poder, el clientelismo y los beneficios percibidos a través de programas sociales, ni siquiera sea capaz de advertir que la democracia no solo entra en crisis cuando se niega su existencia en una dictadura, sino también cuando existiendo supuestamente la misma, la práctica contradice sus principios y valores.
Nuestras elecciones son cada vez más costosas porque tenemos cargos excesivos para el tamaño de nuestra población y economía, porque pretendiendo democratizar las mismas hemos caído en el absurdo de que se otorguen inequitativamente miles de millones de pesos a partidos políticos que los utilizan sin control y que poco aportan al país y porque pretendemos vivir en democracia, pero todavía no asimilamos que las elecciones deben ser una actividad normal de la misma.
Nuestro país no habrá madurado mientras celebrar elecciones implique que la vida de la gente se trastorne por campañas interminables, que el presidente tenga la discrecionalidad de decretar días no laborables para facilitar que gente que debería de votar en el lugar de su residencia pueda trasladarse, que el Ministerio de Educación se arrogue la facultad de hacer perder horas de clases a todo el estudiantado nacional so pretexto de que algunas escuelas sirven de recintos de votación, que el presidente de la JCE asuma un protagonismo aberrante haciendo valer más su persona que la institución, que se tenga que tranquilizar a la población con que habrá electricidad durante los comicios y que las fuerzas de seguridad, convertidas en policía electoral garantizarán la paz.
Deberíamos aspirar al día en que las elecciones tengan un costo razonable porque las campañas estén limitadas en el tiempo y en el uso de los recursos y que de verdad signifiquen la posibilidad de escoger en un menú electoral a cada diputado, senador, alcalde y regidor y no la imposición de un menú fijo por arrastre por el que estamos sobre pagando un precio cuyo costo no solo es en dinero sino en desgaste de esa democracia tan criticada, pero que todavía representa el mejor de los sistemas. Mientras llegue ese día sigamos votando, pero ojalá lo hagamos valorando lo que ese voto significa para la democracia y el país, y no para nuestros intereses y bolsillos.