El tratamiento mediático de ciertas informaciones de la actividad gubernamental tiende a perpetuar muchas de las falsas percepciones que de la política tienen los ciudadanos.
Me refiero a cuando se escribe, por ejemplo, que varios funcionarios y dirigentes del partido oficialista “quedaron fuera”, al no ser designados en funciones del gabinete o en otros cargos importantes de la burocracia estatal.
El quedar “fuera” pretendería decir que se les ha violado un derecho, como si el desempeño de una función pública constituyera una propiedad privada o viniera de una herencia nobiliaria.
En la oportunidad más reciente de renovación burocrática, algunos que “quedaron fuera” no tenían razón ni justificación para quedarse dentro, porque sus largas permanencias en ciertas posiciones importantes paralizaban la dinámica de los ministerios y direcciones que ejercían, y, por supuesto, el natural relevo generacional, con un alto costo político.
Admito que algunas de esas personalidades, anquilosadas por el ejercicio improductivo y longevo de cargos en los cuales incluso envejecieron, puedan sentirse ofendidas, bajo el supuesto de que las posiciones les pertenecían, al negárseles lo que creen el privilegio derivado de su militancia partidaria.
Ninguna posición oficial es permanente y mucho menos propiedad personal, incluso la de aquél que firma los decretos asignándola, la que le viene de la preferencia que la mayoría de la población muestra en unas elecciones y por un tiempo determinado.
De manera que nadie “quedó fuera” este 16 de agosto, porque así como uno o varios decretos los nombraron para administrar áreas gubernamentales específicas, por otros los destituyeron. Así es y debe ser la actividad oficial en la que unos llegan y otros se van, como ocurre en todo y cuanto se mueve en la vida. Y si de derecho se trata, lo natural hubiese sido que muchos otros quedaran fuera. l
Ninguna posición oficial es permanente y mucho menos propiedad personal, incluso la de aquél que firma los decretos asignándola”