He oído, con cierto nivel de asombro, que en el sistema educativo nuestro se ha puesto en ejecución una primera parte de la transformación curricular obligatoria que demanda este nuevo estadío en que estamos viviendo. Raudo, busqué en las páginas del MINERD, donde publican los documentos, y ya no era un simple rumor, se había hecho la publicación de esta parte del Diseño Curricular, y en las motivaciones, producto de unos discursos archiaprendidos, se afirmaba el alumbramiento de este nuevo instrumento que apuesta a la inclusión en la educación dominicana.
Las ideas se me agolpaban en la cabeza, los recuerdos se perdían en el horizonte, el espíritu de la esperanza se empezaba a desvanecer y las citas de Gabriel Marcel no se hacían esperar: llegaba a mí la desesperanza.
En mis recuerdos, en esa especie de REWIND que uno da a la existencia, me encuentro con Helen Keller, aquella niña que quedó sorda y ciega a causa de una enfermedad cuando tenía 19 meses de nacida, que llegó a desarrollarse culturalmente, ser una escritora y conferenciante pública mundialmente famosa. Ella no se desanimaba fácilmente, pero era el producto de una sociedad que apostaba a la inclusión en su sistema de enseñanza y de aprendizaje.
En el análisis obligatorio de las sociedades de diferentes épocas, al que me llevó mi yo interno, también me encontré con Anne Sullivan, aquella niña pobre que había perdido la visión cuando tenía cinco años, que fue abandonada en una casa en la que tuvo la suerte de haber encontrado un lugar donde fue bien acogida, el Colegio Perkins para Ciegos en Boston y fue ahí, justamente ahí, que entendí el craso error de nuestras autoridades educativas de hablar de la existencia un currículo inclusivo, sin contar con la experticia del capital humano.