El Rubicón es un río de pocos kilómetros y de estrecho caudal del nordeste de Italia. Durante el imperio romano, se les prohibía a los generales cruzarlo con sus ejércitos. La prohibición tenía una finalidad. El río dividía y servía de frontera entre la República de Roma y la provincia de la Galia y protegía a la primera de invasiones militares. Medio siglo antes de Cristo, Julio César, ordenó a sus tropas cruzarlo iniciando la guerra civil, con el dicho siguiente: “La suerte está echada”. Con el tiempo la frase “cruzar el Rubicón” se interpreta como exponerse a una situación en extremo riesgosa, de fatales consecuencias.
Recientemente, dos políticos dominicanos se han lanzado al Rubicón, pero el intento no ha sido cruzarlo sino navegar hasta su desembocadura. Y como el río no se bifurca al llegar al mar, no han encontrado ni encontrarán probablemente el delta donde refugiarse, cuando las aguas del Adriático les lleguen hasta el cuello. El candidato del PRM, Luis Abinader, ha suscrito un pacto con un partido, el PRSC, comprometiendo su propia nominación, subordinándola a una encuesta en la que, según algunas, figura ya relegado. ¿Cuál sería su suerte si en febrero las encuestas no le favorecen después de tan ingente esfuerzo para colocarse como la principal figura de oposición?
Leonel Fernández ha criticado con un juego de palabras el descenso de la “calidad” en su partido, atribuyéndolo al proceso del pase de una organización de cuadros a un partido de masas. Como resultado de ello, los vicios de las recientes primarias para escoger un puñado de candidatos a cargos menores degeneraron en alteraciones de padrones y violencia con un saldo de dos muertos. Se olvida que ese descenso de la calidad ocurrió en su presidencia y bajo su liderazgo partidario.
Ambos deberán enfrentar en sus propios litorales la osadía de intentar cruzar el Rubicón, sin el ejército que Julio César llevó consigo.