La caída de Lehman Borthers, en septiembre del 2008, representa el simbólico inicio de la crisis financiera que hizo tambalear la principal economía del mundo, afectando el viejo continente y dando la vuelta al mundo. En nuestro país dos palabras entraron en boga, blindaje y anti-cíclico.
Al compararnos con los debacles de países ricos, hemos navegado con mano firme. Pero no nos engañemos, las fuertes olas han afectado la estructura de nuestra embarcación.
En lo positivo, hemos mantenido la estabilidad y experimentado crecimiento económico. Pero, a qué precio.
Primeramente, el blindaje se concentró en mantener contralados los agregados monetarios, buscando ingresos en dólares para cubrir el déficit externo que ocasionaron las mermas en los sectores generadores de divisas. Esto se logró gracias a políticas anti-cíclicas de estímulo fiscal, nutridas y facilitadas por organismos internacionales que abrieron el acceso a préstamos externos.
Desde diciembre del 2008 a diciembre del 2011 la deuda externa creció un 60%, también creció considerablemente el endeudamiento público interno.
Esto, combinado con el bajo dinamismo de la demanda del crédito privado, ha producido una importante modificación estructural en nuestro mercado financiero.
A manera de ejemplo, mientras a septiembre del 2008, la banca prestaba ocho pesos por cada peso que invertía en bonos del Estado (incluyendo los del Banco Central), para febrero de este año la relación se había colocado 4 a 1.
Hemos desarrollado, de la noche a la mañana, un amplio y complejo mercado de valores.
Con la caída de Lehman se aprecian varios corolarios de índole estructural:
1) Luce más llamativo en el corto y mediano plazo invertir en deuda del estado que prestar a los sectores productivos.
2) La tasa de interés de los bonos de deuda pública no tienden a verse como un costo para el Estado, sino como el precio de la estabilidad (en el corto plazo).
3) Esta estabilidad depende a su vez de flujos de capitales financieros externos, los cuales valoran una tasa de cambio firme.
4) El pago de la deuda pública cada día alcanza mayor preponderancia en el presupuesto nacional, representando más del 40% de los ingresos tributarios, creando presiones para una amplia reforma fiscal.
Se mantiene la convicción que en el corto y mediano plazo contamos con la capacidad de ajustar la carga financiera, emitiendo más deuda y evitando hacer frente a los problemas estructurales, tanto en lo que respecta a temas presupuestales, como del déficit en cuenta corriente.
Organismos internacionales han expresado que tenemos capacidad de endeudamiento y que los niveles de deuda no representan una limitante en el mediano plazo. Un mensaje halagüeño para los mercados.
Y es probable que tengan razón, pero es un mal mensaje para nuestros políticos, los cuales tienden a tomar las decisiones difíciles únicamente en momentos en que no se pueden posponer más.
Este espaldarazo de los organismos internacionales y de los mercados, debemos aprovecharlo ahora, tomando medidas para desenredar este difícil nudo estructural que se ha ido creando. l