Convivencia en condominios

Los capitalinos están obligados a vivir en condominios, porque la ciudad no tiene espacio para crecer a nivel horizontal y se embarca en un…

Los capitalinos están obligados a vivir en condominios, porque la ciudad no tiene espacio para crecer a nivel horizontal y se embarca en un proceso de crecimiento vertical.

La situación obliga a los ciudadanos a pensar en la convivencia más cercana con el vecino, porque ya no tendrá la casa con el patio que divide las viviendas, sino una especie de circuito cerrado donde cada familia tiene un pequeño espacio.  Tendrá que mantener las tradiciones de los adultos mayores que incentivaban a ver el vecino como el familiar más cercano.

 ¿Qué ha pasado en realidad? Las familias de la clase media trabajadora no han tenido más opción que convertirse en “condómines”, pero esa transformación las ha hecho apáticas a la convivencia vecinal. La mayoría de las veces no conoce a quien vive a su lado y mucho menos se molesta en un cordial saludo. En el peor de los casos, los contactos directos son para diputarse un espacio exterior, que degenera en violencia y en la peor de las circunstancias, en muerte, cómo el hecho lamentable que degeneró en una muerte violenta la semana pasada, en un condominio de Piantini. Para sobrevivir en esos hábitat, los promotores de vivienda y los adquirientes han elaborado unos “estatutos de comportamiento” y el régimen jurídico contiene varias leyes que deben ser cumplidas por todo el que ocupe un apartamento de un edificio, pero nadie se ha preocupado por fomentar un “código de convivencia”, que retome la costumbre de que el vecino es el familiar más cercano y que reconozca que por razones de seguridad ciudadana conviene vivir en un ambiente de familiaridad.

Leonardo López, presidente de la  Red de Vida en Condominios, narraba a CDN con la Comunidad, que esa organización, junto a la Jurisdicción Inmobiliaria, promovió la formación de personas que servirán de mediadores de conflictos entre “condómines”.

Entendemos que no existe la necesidad de intermediar alguien en problemas de vecinos, cuando nos resultaría más fácil convertirnos en pequeñas mancomunidades donde nos protejamos unos a otros.

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