Un buen diálogo depende de la habilidad que exhiba un gobierno para garantizar dos funciones esenciales de asuntos públicos: explicar claramente y de forma fácil para el común de la gente sus políticas, programas, decisiones y actividades, y poder medir luego con acierto cómo se percibe o percibirá estas mismas políticas y decisiones. Lo primero que debe procurarse en la búsqueda de ese objetivo es mejorar el flujo de información. La cuestión no radica en cuántas veces un Presidente se detiene a hablar, a veces en los escenarios más insólitos, sino los temas que trata y la forma en que lo hace. La idea de que el mandatario debe llevar al máximo sus contactos con la prensa para evitarles problemas de imagen a su figura y al Gobierno, sólo es efectiva bajo determinadas circunstancias. El contacto directo y frecuente del Presidente y sus principales colaboradores con los grupos organizadores suelen dar mejores resultados, a despecho del nivel de cobertura mediática que encuentren.
Ahora bien, sólo existe una forma de garantizar que el flujo de información se mantenga a niveles aceptables y es el mantenimiento y fortalecimiento del clima en que actúa y se desenvuelve una prensa libre. Una prensa con acceso fácil a las actividades y opiniones del Presidente y sus colaboradores. Y un Gobierno dispuesto a reconocer, aún en las peores circunstancias, el valor de la información en la construcción de una sociedad democrática y el papel que le corresponde desempeñar en ella. Es justo decir que el gobierno del presidente Medina se esfuerza por observar esa regla básica, valiéndose de las herramientas de las redes y de un buen equipo de profesionales.
La incapacidad para informar debidamente sobre un hecho o una tragedia, puede significar muchas veces la diferencia entre un buen gobierno y uno indiferente a su responsabilidad de comunicar con seriedad y honestidad al pueblo todo cuanto a éste interesa y concierne.