Uno de los mandamientos bíblicos impone a los hombres como requisito esencial para hacerse digno de entrar al Reino de los Cielos, Amar al prójimo como a sí mismo.
Una tarea fácil, ¿verdad?
Una petición, tan sencilla, haría suponer que la entrada a este Reino Divino no es imposible.
Sin embargo, es quizás la razón por la cual pocos, muy pocos o ninguno entrará y no será porque tal reino no exista, eso no.
La culpa será de los hombres, cuyo egoísmo y falta de empatía no le permitieron jamás ponerse en el lugar de los demás.
Algo incomprensible.
¡Tan fácil que es amar! ¡Tan buena que es la gente! Tan sencilla tarea la de amar al prójimo como a uno mismo y la inmensa recompensa que supone. Con solo cumplir con esa exigencia, la humanidad entrará al Reino de Dios.
!Qué bueno! Ni una sola alma se perderá.
Tan sincera que es la gente. Tan leal, tan honesta. Tan solidaria. Tan dispuesta a dar lo mejor, aquello que quisiera recibir también.
Tan amorosa. Tan atenta a las necesidades de sus vecinos para ayudarlos en todo.
Tan incapaz de criticar, de juzgar, de burlarse de los otros.
Tan desprendida, que se quita su comida de la boca para dársela al hambriento. Que se queda con lo mínimo para compartir su ropa y su calzado con aquel que padece de frío y no tiene qué ponerse.
Tanto que se preocupan los unos por las tragedias de los otros.
Con tanta efervescencia que defiende el derecho de los demás.
Con tanta humildad que reconoce sus errores, con tan elevado sentido de la justicia para admitir que otros hacen las cosas mejor y están más capacitados.
Con la misma humildad con que recibe las críticas, con la nobleza con que trata de aprender de aquel a quien reconoce mayores conocimientos. Cómo no amarnos, si somos tan buenos, si nos respetamos tanto, los unos a los otros.
Son muchas las razones para establecer que amar al prójimo como a uno mismo es la tarea más fácil para los seres humanos, por lo que su camino a la gloria está asegurado.
Claro está, si todo lo antes expuesto obedeciera a la verdad, y no fueran meras ironías. l