1. En el Cielo, ¿se juega pelota (béisbol)? (Humor negro) [Cortesía de Jorge Tallaj] [Dedicado a Miguel Gil Mejía, el fanático liceísta number one, con la esperanza de que tarde mucho en ir a ver juegos de pelota en el Más-Allá]
Eran dos fanáticos de la pelota, (A) y (B), tan fanáticos que suponían que ese juego era tan respetable y bueno que no podía dejarse de jugar en el Cielo bajo el beneplácito de Dios. Pensaban mucho en ese asunto, pero como no estaban del todo convencidos de que así fuera, hicieron un pacto: el que se fuera primero al Más-Allá, le haría saber la verdad al que quedara en el Más-Acá.
Pasado un tiempo, murió (B) y a los pocos días, se le apareció en sueños a (A), y entre ellos tuvo lugar el siguiente diálogo:
(A) – Hola, yo sabía que vendrías, que no me fallarías.
(B) – Mira, te tengo una buena y una mala noticia.
(A) – Dame la buena primero.
(B) – La buena es que en el Cielo se juega pelota.
(A) – Yo sabía que si el Cielo es Cielo se jugaba pelota. ¿Y la mala?
(B) – La mala es ¡que tú lanzas el domingo!
2. ¿Sólo para eso sirve el dinero? [anécdota real, cortesía de Alfredo Lanzo]:
En el colmado de un barrio de Santiago, el vendedor era un joven que hacía su trabajo por obligación, tenía más bien el deseo de superarse personalmente, obtener alguna titulación universitaria. Por esa razón, tenía con frecuencia un libro en las manos, y cuando los clientes llegaban al colmado lo encontraban siempre leyendo. Al principio, creían que el libro en manos del vendedor era la Biblia, y por tanto que éste era muy religioso, acaso un pastor de alguna iglesia. Al interrogarlo al respecto, se asombraron al saber que el libro no era el que ellos creían y, curiosos, comenzaron a hacerle preguntas sobre gustos y modos de vida, pues lo veían muy tranquilo, parco en el hablar, un poco misterioso. Un día se dio el siguiente diálogo entre uno de los clientes y el vendedor:
– Usted, amigo, que tanto lee, nunca lo he visto fumar, ni beber [bebidas espirituosas], ni jugar [lotería, rifas, palé, etc.] Tal vez lo hace a escondidas, para que no lo vean. ¡Vaya, hombre, no hay que disimular tanto! Hay que darse gustos en la vida, es muy dura. Seguro que usted también se los da [sonrisa maliciosa]
– Yo nunca fumo, ni bebo, ni juego.
¿Y entonces, qué hace usted con el dinero? [con mirada incrédula]
3. El amor, ¿todo lo vence? [Carlo Carreto; EN EL DESIERTO FLORECE EL AMOR, p.12: Editora San Pablo, Colombia, 2001] [Negritas mías, DSB]:
Se podrían establecer estas tres ecuaciones: quien no ama se siente superior a todos; quien ama se siente igual a todos; quien ama mucho se hace inferior a todos.
El amor no es solamente un cuerpo sino que es corazón; no es solamente un corazón, es coloquio incesante, es una red que se hace siempre más densa y establece vínculos siempre más íntimos y dulces entre los cuales se va diseñando el bordado de la vida.
Una de las conquistas más grandes en el plano humano está contenida en las palabras: “la ley es igual para todos”. Para el amor no hay nada más falso que esta afirmación: el amor no se porta de un modo igual para todos, sino que requiere un comportamiento diferente, porque mira el rostro del hermano y actúa según su necesidad.
El amor lo vence todo, lo realiza todo, lo resuelve todo. Haz la prueba y verás. Cuando estés triste cumple un acto de amor y la tristeza pasará. Cuando te sientas solo trata de comunicarte conmigo y con los hermanos y la soledad desaparecerá. Cuando quieras experimentar el gusto de mi presencia en ti, haz una obra de caridad y me sentirás. Cuando te sientas morir, ama, y la vida pulsará en ti.
4. Música, amor y muerte [Giovanni Papini; fragmento encontrado entre viejos papeles; fuente no anotada]:
Como el amor, la música tiene una misteriosa relación con la muerte, cual si el espíritu cansado y harto de toda la afanosa racionalidad y practicidad de la vida, buscase su extremo refugio en esas armonías puras, desinteresadas y beatificantes, que son casi un puente para llegar a otra y más alta forma de existencia.
5. La maravillosa experiencia de estar enamorado. Un amigo mío, a propósito del refrán moderno “El amor es ciego… sólo el matrimonio puede devolverte la vista” que publicáramos en las Claraboyas del 14 de octubre recién pasado, me comenta, vía correo electrónico, que esa ceguera del amor es la cosa más maravillosa que pueda ocurrirle al ser humano, pese a que el matrimonio la haga desaparecer. Que desaparezca, en realidad no siempre es así, aunque casi siempre (snif, snif, …) Existen matrimonios, y supongo que siempre han existido, en los que la ceguera del amor permanece presente, acaso un poco atenuada por líquidos disolventes de afanes cotidianos o escondida en las profundidades del corazón, resguardada por la serenidad, la calma y el silencio. Ceguera en el sentido de sentimiento maravilloso que un ser humano despierta en otro, deseando la unión cuerpo-alma; ceguera que sólo ve cielos de jubilosa dicha. A propósito de este sentimiento tan maravilloso, pongo al alcance del amigo lector el poema “Estar enamorado” de Francisco Luis Bernárdez (argentino, 1900-1978) [Negritas mías, DSB]:
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo / de la vida. /
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a / la muerte se precisa./
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que / el alma está cautiva./
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba. /
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira./
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón / de las heridas. /
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que / nos mira. /
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente / repetida. /
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta / compañía. /
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra / sombra está vencida. /
Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan / cuerpo y alma. /
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río / que nos llama. /
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia. /
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas. /
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes / y las armas. /
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla / de su espada. /
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho / se levanta. /
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo / de la llama. /
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia. /
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música / sin tasa. /
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches / y los días. /
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza / distraída. /
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción / de una herrería. /
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas. /
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una / casa campesina. /
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las / luces encendidas. /
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre / el sueño y la vigilia. /
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena / y la alegría. /
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión / de la llovizna. /
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña / lucecita. /
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo / con dulzura. /
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores / y las frutas. /
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras / criaturas. /
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas / amarguras. /
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente / de la angustia. /
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir / su noche oscura. /
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Dinápoles Soto Bello es profesional de la física y la matemática