Las locuras de Maduro han sepultado las excentricidades de Chávez, pero han dejado sobradas razones para avergonzar a los venezolanos. Cómo olvidar sus cotidianas exhibiciones de pirotecnia verbal, en los escenarios más insólitos, como aquella, por ejemplo, contra el presidente Bush, de labios de Chávez, quien aprovechando una visita a Nueva York con motivo de la Asamblea General de Naciones Unidas, bajo el manto de protección del clima de libertad que allí existe, llamó en ese foro mundial al presidente norteamericano “diablo”, “borracho”, “loco”, “asesino” y pidió al pueblo estadounidense que escogieran a otro presidente. ¿Qué hubiera sucedido si en Caracas, Bush, o cualquier funcionario de Estados Unidos, hubiese dicho algo parecido sobre el líder de la llamada revolución bolivariana o de su sucesor el señor Maduro, cuya emotividad supera por mucho la que mostrara Chávez ? Es fácil imaginarlo porque ni los venezolanos se arriesgarían a hacerlo.
Recuerdo que cuando se le preguntó a la entonces secretaria de Estado, Condolezza Rice, la reacción del gobierno, esta declinó diciendo que los epítetos utilizados por Chávez eran impropios de un jefe de Estado, por lo cual no ameritaba ninguna respuesta. Las insólitas referencias de Chávez contra el jefe de la Casa Blanca tuvieron un efecto distinto al que el inquilino de Miraflores esperaba de la clase política norteamericana. La oposición demócrata reaccionó indignada contra el presidente venezolano, en claro recordatorio de que en países democráticos, con larga tradición de tolerancia y respeto a los derechos humanos, las diferencias políticas no caen en el terreno personal y mucho menos en el nivel en que Chávez cayó y por igual su sucesor.
Los excesos en política, como en otras facetas de la vida, tienen sus consecuencias. Pero cuando provienen de niveles tan elevados terminan en tragedia, la cual pagan hoy los venezolanos.