La vida a veces se ceba en algunos seres de forma atroz. No les deja respirar bien, ni vivir un solo momento de felicidad. Eso pareció ser la desgraciada vida de Carlos Alberto Goico, un artista que se dedicó a pintar para ser feliz y no sabemos si alguna vez lo pudo ser.
Vivió de muy joven en la calle 19 de marzo, donde le conocí, luego en el manicomio, muchas veces en la calle y, al final de su vida, en la calle Sánchez, donde logró tener una especie de taller-hogar-tugurio, desde donde sonreía como incrédulo de los avatares de su vida.
Goico ha dejado una obra pictórica importante, extraña, perturbadora en muchos casos, pero sobre todo impactante por su total libertad. Conceptos fundamentales del arte como la línea, la perspectiva, el volumen, el movimiento o la expresión, son tratados con la naturalidad del que siempre ha pintado y no le ve mayores problemas.
Hizo de su arte una forma de expresar en imágenes la realidad incomprensible y en constante transformación que le tocó vivir. Su condición de excluido le permitía ver desde una perspectiva distinta a la que estamos acostumbrados.
Sufrió el menosprecio de quienes exigen buena presencia en los artistas para aceptar sus obras de arte, porque sólo esperan de ellas lo que están acostumbrados a recibir. Pintó unas formas muy parecidas a las de Georg Baselitz en sus “tableaux russes”, pero al derecho. Y casi al igual que Baselitz, Goico recibió el reconocimiento tarde, muy tarde, ya muerto.
Singular y solitario, sólo se sumaba a otros para compartir un cigarrillo u ofertar su trabajo a precio de un café con leche en La Cafetera de la calle El Conde.
La muerte de Gina, su madre, arrollada por un carro, lo desamparó aún más. La suya fue una aventura personal basada en un principio: Pintar lo que no se ve, para vivir, mientras llega la muerte. Sus personajes son de fisonomía cortada, casi idos del cuadro, casi buscándolo a él, porque siempre andaba en otro mundo, con su típico “Wao, que interesante”.
Sus escenas no se ven, rondaban en el ambiente que se creaba cuando te ofrecía su último trabajo, y entonces la situación se convertía en un momento surrealista atroz.
Era la belleza de la obra ofertada, la miseria física desdentada que te sonreía esperando unas monedas, pero a quien sentías tan manso, tan tierno y, tan lejos.
Su paleta siempre fue feliz, acertada en cada forma y matiz. Obras presentadas en soportes deficientes, pero que eran superados por la belleza lograda. Cada divinidad crea a su imagen y semejanza ¿cuál divinidad habrá creado a Goico?