Es duro decirlo: Estoy luchando por sobrevivir al cáncer de mama. En mi condición especial sigo con atención los mensajes que durante el mes de octubre buscan sensibilizar sobre la importancia del autoexamen y la mamografía como elementos claves para evitar las consecuencias de esta enfermedad (mutilación, tratamientos infames y muerte).
Esta campaña de prevención se centra solo en la mujer y su responsabilidad. Ciertamente esto es vital, pero no menos importante es el cuidado médico, el servicio integral que deben brindar los centros de salud y las políticas de salud pública. Y es que hay tantos errores médicos, tantos trabajos de rutina donde la paciente es solo una más, un número más, una mujer más entre tantas. De qué valen las mamografías y las visitas continuas a los profesionales de salud si ellos no dedican un tiempo de calidad, individualizando cada paciente, si el servicio está mediatizado por la prisa de nuestros días y del pluriempleo al que se ven obligados los médicos. De ninguna forma se justifica el atraso de los diagnósticos y de los tratamientos.
Me hice todas las mamografías del mundo, desde hace años. Y sin embargo, el descubrimiento fue relativamente tardío. ¿Por qué? quizás en el párrafo anterior estén las respuestas. Sabemos que la enfermedad no tiene una vacuna que la evite, ni siquiera un método directo, eficaz y masivo que la prevenga, pero sí hay consensos en señalar que existe una acción certera y relevante: el diagnóstico precoz. Amigos, ¿y quiénes hacen ese diagnóstico?
Las mujeres debemos tener una actitud amorosa con nosotras mismas, estilos de vida sanos y conciencia por nuestros cuerpos. En eso estamos de acuerdo con las campañas de prevención, pero éstas, además, deben incluir la alerta a los profesionales de la medicina y demandar atención integral a los centros de salud. Propongo un slogan que diga: “Doctor, la vida de esta mujer está en sus manos, cuídela”.
Es hermoso este octubre rosado, lleno de lazos y mensajes concretos a favor de la detección precoz del cáncer de mama. Permite que el mensaje salga a la calle, llegue a todos y especialmente a la población femenina, pero es definitivamente insuficiente si lo comparamos con las cifras alarmantes de víctimas y con los estragos físicos y psicológicos que deja la enfermedad. Y es que una de cada ocho mujeres desarrollará un cáncer de mama a lo largo de su vida. Ojalá las acciones sean menos formales, menos discursivas, menos burocráticas, más comprometidas y, sobre todo, más compasivas para las mujeres pobres. Ojalá que las próximas campañas sean más optimistas y que incluyan rostros sonrientes diciendo: “Estoy feliz, yo vencí el cáncer de mama”. Espero ser una de ellas.