El día del pago, me detuve ante un cajero y realicé todo el proceso para sacar el dinero. Pero, antes, no sé de dónde salió un hilo de la cartera, y me enredó los dedos y el monedero y, en vez de retirar el efectivo de la máquina, me pongo a desenredarlo. Cuando termino, veo el dinero todavía colocado para ser recogido. Me dispongo a retirarlo cuando el cajero ¡se lo traga! Y digo teatralmente: “¡Nooooooo!” y procedo a resolver las cosas a la “Viena-manera”: le doy par de trompones a la máquina. Le hablo. La añoño. Resultado: nada.
Como era de esperarse, eso despertó en mí un instinto antisistema, quemabancos, pero me contuve. No habrá problema, pensé. Oh, sorpresa: “Señorita, en unos cinco días laborables se estará estudiando su caso para de devolverle su dinero”, me dijeron cuando fui al banco. “¡Pero hoy es viernes, son las 6:00 de la tarde, y sábado no cuenta como laborable y debo pagar ese dinero”, refuté. “Bueno, es todo lo que podemos hacer”, me dijo el agente bancario. Sin remedio, tuve que llamar a la abogada y -con voz y animo de caballo con tres días sin comer- le dije: “Excúseme, pero el cajero se tragó mi dinero y no podré pagarle hoy”. Y aunque su respuesta fue “¿Anjá?, no hay problema”, por su tono de voz, mi oído lo que escuchó fue un “tápate un ojo y hazme el cuento de pirata. Irresponsable, te bebiste y te bailaste mi dinero”. Y pese a que lo que yo decía era cierto, no le armé un show porque es que, gente, sincerémonos, hay que entender que la excusa de que un cajero se tragó tu dinero cae en quien la escucha -que es a su vez a quien se le debe- como tirarse un disco completo cantado por la esposa de Michel El Buenón: una hazaña pesada y difícil de creer.
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