Tal vez porque viví algunos años de mi infancia feliz en San Juan de la Maguana, donde mi padre era encargado de mecanización agrícola de la Manicera, me invitaron el jueves a varias inauguraciones de obras gubernamentales en esa progresista ciudad, con justa razón llamada el granero del sur. En una sola tarde, el presidente Danilo Medina puso allí en servicio un moderno y amplio Centro de Atención Primaria, una Estancia Infantil, según creo la tercera en el lugar, y cuatro escuelas.
La primera vez que vi una de esas estancias, por voluntaria curiosidad periodística, quedé impresionado. Por años había escuchado a colegas, yo mismo entre ellos, a médicos, políticos, sacerdotes y obispos, quejarse del abandono de la “niñez desvalida” y de la indiferencia histórica que la sociedad había mostrado frente a un grave problema social; una deuda que aún está pendiente de pago.
En el acto inaugural de la estancia habló una joven estudiante universitaria de 26 años, madre de una niña de dos años y embarazada de once semanas. Su historia me pareció un testimonio sincero de lo que ese programa significa para una enorme cantidad de mujeres y de padres que tienen en esos establecimientos, construidos en todo el país, un lugar seguro en donde llevar a sus hijos entre 45 días y cinco años de edad. La joven estudiante relató que ya no necesitará dejar a su bebé con una vecina y podrá estar tranquila en su trabajo e ir después de lunes a viernes a sus clases en la universidad, donde quiere hacerse profesional para darles a sus hijos un futuro prometedor. En la estancia su hijita y en meses la criatura que lleva en su vientre recibirán atención médica, alimentación adecuada y otros cuidados especializados.
Su breve discurso a nombre de la comunidad quedó resumido en una emotiva frase. La estancia donde ella y su esposo dejarán a su niña mientras trabajan y estudian es un lugar “bueno, bonito y…gratis”.
