Ante el dilema de quedarse o salir de la Unión Europea (UE), la población votante del Reino Unido decidió, por estrecha mayoría por la segunda. La decisión, conocida como Brexit, que presumiblemente activaría un proceso de desvinculación formal de ese país de los organismos de toma de decisión y de los compromisos para con el resto de la Unión y del Reino Unido (RU) frente al resto de mundo, ha generado alguna preocupación en el país por sus posibles implicaciones económicas.
Sin embargo, cuando hablamos de impactos directos hay que reconocer que, en el peor de los escenarios, éstos serían pequeños para la economía dominicana en su conjunto por dos razones.
La primera es que la relación económica con el RU es limitada. Entre 2013 y 2015, el valor de las exportaciones anuales medias de la República Dominicana hacia el Reino Unido fue de cerca de 140 millones de dólares. Esto es apenas el 1.6% del valor total de las exportaciones anuales en ese período. El 77% de éstas fue banano, y el 91% fue de frutas incluyendo banano. Por su parte, las importaciones anuales dominicanas desde el RU alcanzaron un monto similar en ese período, y representaron menos del 1% del total importado.
Por su parte, unos 140 mil turistas del RU visitaron al país en 2015. Esto equivale a apenas el 3% del total de arribos de extranjeros por vía aérea. Así mismo, entre 2000 y 2013 el país recibió inversión extranjera directa originada en el Reino Unido por un monto promedio anual de 60 millones de dólares, lo que representa el 3% del total de la inversión recibida en ese período.
La segunda es que es difícil imaginar que la salida del RU de la UE vaya a implicar un cambio drástico en las reglas de acceso de los productos dominicanos, en particular para el banano y otras frutas al mercado específico de ese país. No parecerían haber razones para ello en la medida en que no son las reglas de acceso a mercado las que están en el centro del cuestionamiento.
En caso de que la salida se concrete, parecería que lo más probable es que el RU mantenga, individualmente, la mayoría de los compromisos comerciales que, siendo parte de la UE, adquirió con el resto del mundo, tales como los signados entre esos países y los del CARIFORO (países de la CARICOM más la República Dominicana) en el marco del llamado EPA.
Las mayores preocupaciones deben ser por las repercusiones que pueda tener la decisión británica tanto en el corto plazo por la incertidumbre económica que genera a nivel global, como a mediano y largo plazo en términos de una potencial reconfiguración de las relaciones económicas internacionales. En otras palabras, los efectos más importantes que podríamos sentir son indirectos.
Por un lado, la decisión ha estado generando incertidumbre y volatilidad, y puede terminar amedrentando a los inversionistas y prolongando la recuperación económica global. Con ello, el contexto externo se hace menos propicio para el crecimiento exportador y del turismo. Pero también habría respuestas en las políticas a un entorno como ese y algunos efectos positivos. Por ejemplo, la Reserva Federal puede decidir posponer el proceso de normalización de la política monetaria en Estados Unidos, manteniendo tasas de interés bajas. También los precios del petróleo pueden no seguir recuperándose y hasta reducirse. En ambos casos hay alivios para economías como la dominicana.
Por otro lado, es imprescindible reconocer que el voto en el Reino Unido está reflejando una profunda insatisfacción de una parte de la población con las transformaciones que han implicado las nuevas formas en que los países y sus economías se han estado integrando, tanto a nivel regional como global. Esta integración o globalización, que con frecuencia se le denomina de tipo neoliberal, ha estado marcada por la hiper-liberalización financiera, la eliminación de las barreras al comercio, la desregulación económica y una liberalización significativa de los flujos de inversión entre países. Esto ha otorgado amplios márgenes de maniobra y mucho poder a las corporaciones transnacionales y a la banca internacional frente a los gobiernos y a las comunidades en la definición de temas tan importantes para la gente como los salarios, las contribuciones sociales, el fisco y los impuestos, y las regulaciones en general. En otras palabras, el poder se ha concentrado y éste ha venido imponiendo nuevas reglas que se traducen en salarios bajos, especialmente para los menos calificados, escasa protección social y una reducida capacidad del Estado para ir en auxilio de los damnificados. El nivel sin precedentes de concentración de la riqueza en el mundo ha sido en mucho un resultado de eso.
Encima de eso, han ocurrido cambios tecnológicos y en las formas de trabajar que, junto a la liberalización, han dejado a muchos en una situación muy vulnerable o les han excluido del todo. En su lectura, las empresas se van, los migrantes llegan y el Estado que solía protegerles está dejando de existir. La alienación y el resentimiento se han venido acumulado, pero no sólo en el Reino Unido; también en el resto de Europa y en Estados Unidos. En este último caso eso es muy evidente en el proceso electoral actual.
¿Qué va a pasar a partir del Brexit? Es difícil decirlo, pero podemos pensar en cuatro posibilidades.
La primera es que el Reino Unido termine no saliendo de la UE. El apoyo a la salida parece haberse debilitado después de la votación, y el país parece fracturado en términos geográficos y etarios. Los intereses económicos y financieros, los cuales serían muy afectados, presionarán duro para mantener la situación actual en lo fundamental. Además de la complicación política de esta definición, la cual necesitaría eventualmente alguna forma de legitimación, requeriría buscar compensar y tranquilizar al voto duro por la salida.
Una segunda alternativa es que el Reino Unido salga, pero teja una nueva relación con Europa que minimice los costos económicos del cambio y apacigüe el descontento. No está claro en este momento cuál podría ser esta alternativa, pero implicaría una relación “especial” con Europa con compromisos parciales. Esta solución, sin embargo, puede encontrar resistencias en los núcleos de poder europeos porque puede abrir la puerta a mayores fracturas de la unión.
Estas dos primeras serían esencialmente de mantenimiento del estatus quo, y de administración del descontento y la exclusión.
Una tercera alternativa es una salida plena y decidida del RU de la UE que estimule el separatismo nacionalista en el resto de Europa y el aislacionismo en Estados Unidos. Los resultados de esta avenida son inciertos, pero probablemente muy negativos porque son disruptivos y sin alternativas claras para la recomposición de las relaciones internacionales e internas con inclusión social. De hecho, parecen apostar a la profundización de la fractura en la medida en que rechazan a los migrantes y sus descendientes que, en muchos casos son una proporción elevada de toda la población.
Una cuarta, más optimista desde el punto de vista europeísta, es que el Brexit termine generando una presión para que, en un proceso gradual, recomponga el proyecto europeo y contribuya a refundarlo sobre bases más amplias e incluyentes.
Más allá de las implicaciones inmediatas y las que atañen al Reino Unido, la votación por el Brexit debería llevarnos a repensar la globalización, y en particular la forma en que las economías y las sociedades en el mundo nos hemos re-vinculado a través de los nuevos acuerdos económicos y comerciales. En la medida en que ponen el foco en las inversiones y las mercancías, casi siempre se olvidan de la gente. No reparan en las implicaciones de las nuevas reglas para las comunidades y para los Estados y sus capacidades para proteger el bien común.
El Brexit es un cuestionamiento inesperado a esta forma de globalización que estamos viviendo, y nos debe obligar a pensar en otras formas de globalizarnos, regionalizarnos y vincularnos al mundo.