En nuestro artículo anterior, iniciamos en abordaje del mito que en torno a la figura del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina se ha creado en la República Dominicana, partiendo de enfoques antropológicos y sociológicos; sobre la base de que la mitología, basada generalmente en fenómenos sobrenaturales, sustenta la cosmovisión de un pueblo y desde la óptica moral intenta explicar la existencia del bien y el mal.
De lo anterior se trata el mito sobre esa figura que enlutó a la sociedad dominicana, una falsa creencia popular desmitificada por el Profesor Juan Bosch en sus múltiples escritos sobre el ajusticiado tirano y su régimen, tal y como hemos venido explicando.
El mito de que fue un hombre de acción, temerario y valiente, y que fueron esos factores los que lo llevaron a convertirse en el tirano más terrible, cuya dictadura permaneció en nuestro país por más de tres décadas, aún prevalece en la mentalidad de muchos dominicanos.
La historia dominicana no registra ningún caso en el cual Trujillo Molina se enfrentara a nadie, en iguales condiciones, para asesinarle y aunque se conocen casos en que él mismo, siendo ya tirano, mató o participó del asesinato de indefensos, la mayoría de sus víctimas corrieron a cargos de sus matones gratuitos y a sueldo. Entre los asesinatos más execrables perpetrados por el propio Trujillo, que constituyen una muestra de su cobardía, instinto asesino y poco carácter, figuran el de Ramón Marrero Aristy, ya mencionado en el artículo anterior, en 1959; y el del sacerdote episcopal norteamericano Charles Raymond Barnes a quien, el 26 de julio de 1938, le rompió el cráneo a palos, tras ordenar que se lo llevaran amarrado a una de sus fincas fuera de Santo Domingo.
Bosch narra que el cadáver del religioso fue enviado a su propio domicilio, “y encontrado esa misma noche ¡qué casualidad! por el jefe de la policía tendido en la cocina. Se hizo preso a un conocido delincuente (José Manuel Díaz, de origen puertorriqueño), a quien se le ordenó declarar que él había dado muerte al sacerdote porque le había hecho proposiciones de homosexualidad; de manera que sobre el crimen se elabora la deshonra. La víctima fue acusada ante Trujillo de haber enviado al exterior los primeros informes que se dieron sobre la matanza de haitianos, en 1937, y José Manuel Díaz, que se declaró autor del asesinato, murió por aplicación de la ley de fuga, antes del juicio…”
Para Bosch, Trujillo era la antítesis del héroe, “ya que el héroe es siempre una síntesis carnal de lo mejor de su pueblo. Pero en la misma medida el villano lo es de lo peor; él (como Trujillo) aglutina junto a sí todas las maldades, todas las podredumbres, toda la bajeza que hay a su alrededor-. Desgraciadamente para la República Dominicana, Trujillo resultó una encarnación abrumadoramente perfecta de los vicios en una alma de fortaleza demoníaca…”.
De acuerdo al escritor y político, “resulta aparentemente contradictorio que el hombre que actúa como Trujillo, sin límites en nada, sea débil de carácter, pero en realidad, no hay tal contradicción, puesto que si hubiera dominio sobre si sabría dónde están los límites de su actividad”. Hace un paralelismo entre Trujillo y los demás tiranos latinoamericanos de la época, considerando que el dominicano, por su origen y su desarrollo social “de segunda”, era único y atípico.
Bosch establece características diferenciadoras con otros dictadores latinoamericanos, entre ellos los Somoza en Nicaragua, (Tacho y Tachito). Sobre el padre, Anastasio Somoza García, afirma: “Nótese que ciertas características de Trujillo no las tiene Somoza, lo que se debe a que éste se crio en otro ambiente. Aunque en Nicaragua había también, y la hay todavía, esa división entre familias distinguidas y las que no lo eran, la de Somoza entraba en el primer círculo, dado a que su padre había sido varias veces senador y disponía de algunos bienes para enviarle a estudiar”.
Agrega que Somoza podía tener “…odios políticos hasta tanto un adversario amenaza a su poder, pero cuando deja de amenazarlo deja de odiarlo, y puede tratarlo como amigo. El tirano de Nicaragua no tiene el tipo de odio personal, constante y activo, de Trujillo. Somoza hace propaganda calumniosa contra sus enemigos, pero no siente la necesidad de vivir denigrando a los demás. Somoza no padece los complejos de inferioridad de Trujillo porque el ambiente en que creció no fue propicio a que se le formaran.”
Para Bosch, Trujillo, a quien llamaban “Chapita”, “denigra, insulta y calumnia sin tregua a sus enemigos y a sus amigos, y sería incapaz de reaccionar como Somoza en ciertas situaciones”. Y recuerda un viaje que hizo “el dictador nicaragüense a Washington, sobre el cual fue interrogado por los periodistas el presidente estadounidense Harry S. Truman en una de sus habituales conferencias de prensa, en el sentido de si no iba a recibir al gobernante centroamericano. A lo que Truman contestó: “El señor Somoza no es invitado oficial del gobierno de los Estados Unidos y por tanto no será recibido en la Casa Blanca”.
Ese mismo día –según Bosch- Somoza contestaba, también públicamente: “Es cierto que no soy invitado oficial, pero desde luego sería impropio que yo pasara por Washington sin ir a saludar a mi excelente amigo el Presidente Truman”.
“Reacción cínica, desde luego –entiende- pero típica de un alma sin complejos de inferioridad, de la que jamás hubiera sido capaz Trujillo, puesto en la piel de Somoza, Trujillo se aleja cargado de cólera, espera la llegada al poder de otro presidente norteamericano y se dedica cuerpo y alma a perseguir a Truman con sus calumnias”.