Se dice que alguien barre hacia dentro cuando es tan egoísta y ruin que no quiere desprenderse de nada de lo que tiene, ni siquiera de la propia suciedad que ha ido generando. Por eso al ver algunas actitudes de nuestras autoridades y de buena parte del liderazgo político no podemos dejar de asociarlas a este concepto.
Si existe un reclamo de regular a los partidos políticos es por la imperiosa necesidad de tratar de evitar la anarquía, el abuso de poder, las violaciones a la ley, la inútil espiral de gastos que no para de crecer para alcanzar una función electiva, la repartición de las instituciones entre los correligionarios llevándose de encuentro la separación de poderes, la independencia de las instituciones y convirtiendo las mismas en cajas de resonancia de las mayorías de turno.
Ante este panorama es poco probable que los mismos políticos que se han servido con la cuchara grande, que han moldeado una caricatura de democracia a la medida de sus intereses deseen imponerse las reglas necesarias y por eso es de temer que la intención de aprobar apresuradamente una ley que lleva más de tres lustros discutiéndose no sea más que un placebo suficientemente complaciente a sus intereses que se quiere dar a una sociedad que justificadamente reclama la misma.
Aunque con alguna razón senadores resienten que se despoje al Congreso de su facultad de aprobar la tan esperada legislación, todavía con más sobrada razón se justifica buscar un consenso porque desafortunadamente nuestro poder legislativo actúa como un apéndice del ejecutivo en total distorsión de sus naturales funciones y en adición, produce muchas malas leyes, plagadas de contradicciones y a veces hasta de violaciones a la misma Constitución.
Pero esto no justifica tampoco que el consenso sobre esta ley y la que modificaría la vigente ley electoral tenga que hacerse exclusivamente con los partidos políticos y mucho menos solo con los mayoritarios, pues no serán estos los que se impondrán los frenos, ni serán quienes buscarán la protección de los derechos de todos a través de regulaciones que aseguren la igualdad de espacios y oportunidades.
La sociedad no puede ser una simple invitada de piedra en este proceso de discusión y por el contrario debe ser quien pondere las propuestas partidarias, analice las soluciones que se han dado a estos temas en otras jurisdicciones y proponga respuestas adecuadas a la problemática dominicana. Nadie con más derecho que ella para reclamar que las instituciones en las que se gastan tantos recursos de los contribuyentes sean manejadas por las personas idóneas que garanticen el cumplimiento de su misión, y dejen de ser repartidas como piñatas por los detentadores del poder.
Pretender que los mismos partidos que han hecho del Estado su botín y de los mandatos electivos patentes de corso para hacer y deshacer en completa impunidad quieran autorregularse, y que el partido oficial, que ha logrado mantenerse en el poder gracias a una competencia desigual que ha tenido como combustible el uso de los recursos del Estado, acepte ceder gustosamente estos privilegios, sería no solo ingenuo, sino descabellado.
Si queremos barrer la suciedad que existe en nuestro quehacer político, impedir las inequidades, distorsiones, vicios y malas prácticas, no podemos hacerlo escondiendo la basura detrás de la puerta, sino sacándola fuera; y eso no lo harán los mismos que la han generado aunque terminen haciendo colapsar el sistema de partidos como ocurrió en Venezuela, sino que tiene que exigirlo la sociedad como un derecho propio y no como una convidada de piedra a una mesa en la que otros son los anfitriones.