Perfecto. Al camarero llevar lo pedido a la mesa, el mofongo llegó para impresionar: muy decorado, en un piloncito, delicadito, y en el borde tres camaroncitos que, inmediatamente, fueron devorados por nosotros. Total, eso era la decoración.
Mi novio empieza a comer y, en una, pruebo… “Uhm, mi amor, esto no me sabe a camarones”, le digo. “Sí, es de camarones”, afirma. Pero, al seguir comiendo, él mismo se percata de que, dentro del “camarofongo”, no hay más camarones más allá de los de la decoración.
Se queja, y yo me incomodo por él y cojo el lío para mí. Llamo al camarero: “Mi don, pero este mofongo es dizque de camarones pero solo llegó con tres camaroncitos de decoración y ya”. “¡Nooooo!, eso no es así señora”… me dice. Y procede a explicarme: “Lo que pasa es que él pidió el camarofongo pequeño”… “¿Y eso quiere decir que como es pequeño viene con tres camaroncitos?”, pregunto interrumpiéndole. “¡Noooo!, eso no es así señora. Viene con tres camarones de decoración, pero ¡tiene uno majado!”, defiende casi orgulloso. E insiste: “Si él hubiera pedido el más grande, no le pasa eso; porque ese viene con tres camarones de decoración, pero trae ¡dos majados!”, agrega jurando que tiene más poder de convencimiento y persuasión que un publicista.
Imagino que ya saben como me puse y me fui con el mesero a discusión. Al no ponernos de acuerdo, y ya que mi novio no aceptó la propuesta que nos hizo de “sacrificarse por el bien de sus clientes y pagar de su bolsillo para que majaran más camarones”, para no seguir incomodándome más, terminé diciéndole al mesero que debían cambiarle, en el menú, el nombre a ese plato. “¿Cómo le ponemos entonces?”, me preguntó. Le dije: “Sencillo, ¡atraco-fongo! O ¡abuso-fongo!; porque eso es lo que es”, concluí.
Evidentemente, sé que no se llevaron de mí. Lo cierto es que a ese lugar jamás volví… y tampoco pienso volver. Aun así, aprendí que algunos restaurantes se comportan con su menú como muchas mujeres nos comportamos con los años vividos: tenemos una edad, aparentamos otra y, al final, la que decimos no es ni la una ni la otra, pero siempre le damos al asunto una descripción bonita, dramática pero poética. “Tengo 32, pero me veo de 57 porque desde chiquita trabajé para poder ayudar a mi mamá con mis siete hermanos menores ya que mi padre murió y yo era la mayor”, escuché en un bar a una mujer detallarle a un recién conocido…
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