El próximo 15 de agosto el Museo de las Casas Reales presentará una exposición del artista cubano-dominicano Arturo Salazar. En las obras a exponer en esta exposición, Salazar demuestra un dominio de las técnicas más depuradas en pintura. Tiene la ventaja de que es pintor, grabador, restaurador, un conjunto que hace la plenitud del trabajo en artes plásticas.
Arturo Salazar es un cubano típico del oriente de Cuba; pero la dominicanidad le llegó a raíz del festival “De origen caribeño” que se celebró en Santiago de Cuba en 1991. En aquel festival se encontró con un grupo de dominicanos que participaban como invitados, entre ellos, artistas como Guillo Robles o Luz Severino. De ese festival también salió la idea de hacer una presentación de artistas cubanos en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, en cuyo Patronato figuraba Frank Marino Hernández y Porfirio Herrera. Salazar ve las posibilidades de las artes plásticas como un abanico amplísimo, donde se pueden desarrollar todas las manifestaciones posibles. Como artista, cree que lo difícil sería limitarse a algo. Convencido de que ya los soportes no tienen límites, por lo tanto no hay limitación para expresarse con cualquier medio sin encasillarse en una técnica, forma o escuela. Salazar ha pasado de la figuración a la abstracción, para luego vivir en ambos mundos indistintamente. Salazar tiene una ventaja, es restaurador profesional. Su trabajo en la Casa Peynado junto a Frank Marino Hernández le ayudó a conocer a los clásicos dominicanos, y a los no tan clásicos, así como obras de Picasso, de Wifredo Lam o de Amelia Peláez, entre muchos otros. Frank Marino tenía una colección de primera calidad, y además se preocupaba por darle mantenimiento, por restaurar, conservar.
Sobre la restauración en República Dominicana se lamenta Salazar que sea una disciplina que no se imparta de manera formal en las escuelas y universidades donde se imparte Artes, que se limite a algunas conferencias o seminarios sobre esas materias. En países como los nuestros, tropicales, conservar se hace una tarea casi diaria, ya que son muchos los ataques ambientales y orgánicos que reciben las obras de arte. En tinta, acuarela y papel se plasman varias obras con el tema de la maternidad. Una de estas obras, del 2007, es particularmente hermosa. En ella vemos a una mujer sentada, pensativa, con el brazo apoyado en la rodilla, embarazada y con el pelo lleno de una vegetación que podría parecer un sombrero espectacular de Carmen Miranda, pero que son ramas, finísimas lianas y enredaderas, es el “Estado de Buena Esperanza”, una mujer creando una nueva vida, cavilando sobre la vida, sobre ella, sobre el amor materno.