Cuando se ataca a los artistas que dicen hacer arte “contemporáneo”, por sus plagios o falta de profundidad en fondo y forma, es obvio que se trata de responsabilizar sólo a una parte del elenco de ese “arte contemporáneo”. Ese “arte” que están vendiendo también es resultado de la ignorancia del personal docente de escuelas y escuelitas de arte que proliferan en el medio. Hay responsabilidad individual, cierto, pero también hay que ver el pénsum de las escuelas de arte. La profesionalidad en el arte es una labor ardua e integral, no basta querer o sentirse artista. Hay que mancharse las manos, el cuerpo, el cerebro y el corazón para sacar algo mínimamente trascendente. La universalidad y calidad de la imagen artística no hay que buscarla fuera de la imagen, está en ella y en quien la hizo, íntimamente ligadas.
Nuestro tiempo ha creado muchas “expresiones de bulto”. Y nada más bultero como el mal llamado arte contemporáneo. Cualquier simple reflexión sobre las instalaciones del arte contemporáneo nos lleva a figurarnos un circo o un carnaval; manifestaciones atrapadas sólo en eso, en payasadas carnavalescas, y no en la representación del objeto y el ser modernos.
Esas expresiones, sobre todo las instalaciones, se han refugiado en el escándalo mediático, donde lo que más suena es el dinero pagado por una obra. Ese escándalo mediático crea al comprador mediático, al que busca hacer bulto exhibiendo, a través de compras exageradas y sobrevaluadas, una fortuna y unos recursos a los que es imposible llamar riquezas.
El caos visual provocado por los vendedores de baratijas contemporáneas, trata de confundir con ruido visual. La imagen creada desde el punto de vista de un artista -que es una imagen autónoma, con un mundo propio- no tiene nada que ver con los aspavientos de multitud de significados incoherentes e intrascendentes, que por sí mismos no tienen vida propia, ni siquiera referencial a otros discursos artísticos.
La gran cantidad, aparatosidad y poca calidad de los materiales en que están “creadas” las instalaciones contemporáneas les prepararán sus propios certificados de defunción. Hasta hace poco tiempo esas instalaciones estaban destinadas a oscuros rincones de almacenes museísticos, pero ya no caben. Ahora hay que “documentarlas”, es decir, hacerles fotos, etiquetarlas y olvidarlas.
En arte es intrascendente la repetición. Parafraseando a Ortega y Gasset, cada estilo que aparece en la historia puede engendrar cierto número de formas diferentes, dentro de un tipo genérico. Pero llega un día en que la magnífica cantera se agota, se llega a un límite y se convierte en prisión de la que hay que salir. El mercado del arte ha hecho que un nombre valga más que su obra.