Toda la población ha reaccionado preocupada e indignada ante las vergonzosas muestras de violencia, abuso de recursos del Estado, tramposerías y otras deleznables acciones a las que líderes de un mismo partido son capaces de llegar con tal de conquistar posiciones que generan privilegios, prebendas y clientela; lo que si bien no es la primera vez que acontece, evidencia una inusitada expansión.
No debería ser una sorpresa la descomposición social que estamos padeciendo, la cual es consecuencia de una larga cadena de acciones y de omisiones.
Hemos dejado que la antipolítica y los antivalores sean la regla, que las capacidades más elementales no sean exigidas para ocupar un puesto público, que la afiliación partidaria sea la excusa para defender las más oprobiosas acciones porque es uno de “los nuestros”, que los servicios públicos se conviertan muchas veces en mecanismos de extorsión de los ciudadanos y que la mejor manera de escalar social y económicamente sea una función pública.
Durante años hemos tolerado el espurio tráfico de personas y de drogas, cimentado bajo la complicidad de algunos miembros de las fuerzas del orden y políticos, lo que hace imposible que la autoridad goce de respeto y confianza, por estar contaminada por el delito.
En el afán de conquistar poder, los políticos llamaron o permitieron entrar a sus filas a cualquiera, sobre todo si traía consigo recursos económicos o tenía arrastre popular, y una parte de la sociedad también estuvo dispuesta a aceptar y promover esa nueva casta, con tal de conseguir beneficios.
El incumplimiento de la ley ha llegado a niveles alarmantes, precisamente porque de tanto crear excepciones al cumplimiento de la misma, un grupo cada vez más grande de ciudadanos también opta por no cumplirla. Del mismo modo es cada vez mayor la ineficiencia de un Estado, cuyo aumento en tamaño y costo es directamente proporcional al crecimiento en corrupción, dispendio e incapacidad.
Mientras todo esto sucede nos pintan pajaritos en el aire sobre lo bien que andamos, nos han llenado de nuevas instituciones que solo han significado más puestos a repartir y de nuevas leyes que han aumentado la profunda división, entre una casta privilegiada exenta de cumplimiento y una masa que cada vez se le hace más difícil soportar las cargas.
Este deterioro tiene su causa en un liderazgo viciado que ha transmitido mensajes equivocados, que ha creado modelos de anticonducta y que se siente dueño y señor no solo del Estado, sino del pensamiento ciudadano.
Si queremos vivir en paz y armonía, hace falta que asumamos que la ley es para cumplirla, que quien la violente debe ser castigado sin importar quien sea, que las funciones públicas son para servir y no para servirse con la cuchara grande, que los empleos debe producirlos el sector privado gracias a correctas políticas públicas y que la capacidad, el respeto y la moral que debe tener un funcionario no pueden ser suplantadas por su simple militancia política.
De no hacerlo, la corrupción y la impunidad devorarán los bienes y las instituciones públicas, el apetito por ocupar un puesto público que genere recursos, poder e impunidad será cada vez mayor, el recurso a la violencia con una población excesivamente armada seguirá siendo la equivocada vía escogida por muchos que, conscientemente o no, estarán dispuestos a morir o a matar, para imponer, defender, castigar o vengar; y así no puede andar bien ni este ni ningún país en el mundo, por más maquinaria publicitaria que tenga gobierno alguno.