Las relaciones internas de los personajes que habitan la obra de la artista Amaya Salazar, ese mundo tan personal, íntimo, cargado de belleza y que provoca preguntas como ¿de qué hablarán esas personas en ese cuadro?, son relaciones que denotan una vida personal rica y llena de espiritualidad.
Es una recreación de un mundo supuesto en el que la belleza es la base de la vida, de una arcadia soñada y deseada. Es la obra de Amaya una creación que sugiere, invita de forma amable y tranquila a perderse en reflexiones íntimas.
Sus obras muestran una originalidad que no tiene equivalente entre los creadores anteriores y los de su propia generación; tal vez por ese mundo propio que ha creado, que al ser tan personal, tan íntimo, no puede ser asociado a otras personalidades o vidas particulares.
Es un tipo de arte, como el de Renoir, que excluye las denuncias sociales; pero esa exclusión no se puede entender como algo deliberado por intereses políticos o de grupo social, sino porque la artista tiene un mundo propio, un deseo de unas mejores relaciones entre las personas a partir de sus individualidades personales.
En “Un jardín encantado”, en la que aparece un grupo de personas, todos en un ámbito privado que sentimos como algo bueno y deseable. En esa obra se puede ver el dominio de Amaya en la composición de figuras en grupos; todos se relacionan de forma casi perfecta, son gentes en una actividad real, que se reconocen unos a otros y que ocupan sus espacios y sus distancias casi de forma perfecta, con una dinámica interna de sus personajes totalmente convincente.
El conjunto de colores de Amaya es un eje principal de rojo y verde, y a veces recurre a colores discordantes, unos amarillos sulfurosos y oscurecidos, y unos naranjas encendidos y jaspeados de verdes emblanquecidos, y de azules y violetas.
La obra de Amaya Salazar se puede definir como un corpus artístico prodigioso, pues sus trabajos en dibujo, escultura y de pintura tienen una sólida unidad en composición, materiales y búsqueda de la belleza.
Es una incursión en concebir y plasmar los aspectos emocionales del color desde una mirada racional, afectada por la sensibilidad artística de una mujer que ve lo racional de los sentimientos no expresados en palabras, pero sí en gestos, en posturas y sobre todo en colores.
Al observar sus pinturas parece que estamos en un sueño en equilibrio, de pureza y serenidad, desprovisto de temas perturbadores, y esa imagen se convierte en un estado de felicidad. Las caras sin rostros se convierten en caras conocidas o queridas, rostros quizás de amores idos y aún deseados.