Ahorrando poco

Todos entendemos que ahorrar es bueno. Lo que guardamos de lo que nos entra nos protege ante una emergencia, nos ayuda a pagar la educación de los hijos y sufraga los gastos de la vejez. La sociedad en conjunto también se beneficia, porque con los&#8230

Todos entendemos que ahorrar es bueno. Lo que guardamos de lo que nos entra nos protege ante una emergencia, nos ayuda a pagar la educación de los hijos y sufraga los gastos de la vejez. La sociedad en conjunto también se beneficia, porque con los ahorros individuales se financian las inversiones productivas.

Así lo admitimos. ¡Pero no lo hacemos! Ahorramos muy poco o nada. Sobre todo si vivimos en el continente americano.

Los europeos y asiáticos son mucho más prudentes y sensatos.

Por aquí, en cambio, hasta gastamos más de lo que podemos y nos endeudamos para pagar nuestros caprichos consumistas.

El sistema nos facilita la tarea con sus tantas tarjetas de crédito y “porque la vida es ahora”.

Y no importa si ganamos más cada año. No nos alcanza porque siempre se puede comprar más zapatos, televisores más grandes y viajes más sofisticados. Los economistas, que siempre hemos querido “suponer” que las personas son racionales, acudimos a estudiar el comportamiento de la gente en la vida real para explicar esta tendencia a la irresponsabilidad financiera…

Parece que nuestros patrones de ahorro están más asociados a las emociones del momento que a la racionalidad. Somos débiles con la gratificación inmediata. Decimos que comenzaremos a ahorrar este año, pero justo en ese momento lanzan al mercado el automóvil de nuestros sueños y caemos rendidos.

Prometemos que dejaremos de fumar o que rebajaremos unas cuantas libras y a la primera salida arrancamos a fumar o a comer de más.

Renunciamos a la meta de largo plazo a cambio del placer presente. Y al fallar en cumplir nuestros propósitos, nos sentimos frustrados y miserables. ¿Qué hacer, entonces? ¡Obligarnos y punto! No queda de otra. Buscar herramientas que nos comprometan de antemano.

Si somos empleados, autorizar deducciones automáticas para nuestro retiro. Si no lo somos, decidir un monto fijo que “nos pagaremos a nosotros mismos” primero que nada. Y ajustar nuestros gastos a lo que quede. Cancelar tarjetas de crédito. Porque por más que pretendamos ignorarlo, nuestro destino nos atrapa. Y esta debilidad nos pasará factura en términos de una vejez dependiente, dolores sin calmantes y desgracias avasallantes.

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