Agua de coco, pero coreana

En la universidad un amigo especializado en ingeniería industrial tenía como  pasatiempo ir a supermercados a leer las etiquetas de los productos para ver los ingredientes que contenían.

En la universidad un amigo especializado en ingeniería industrial tenía como  pasatiempo ir a supermercados a leer las etiquetas de los productos para ver los ingredientes que contenían. Tomé este hábito prestado, pero al especializarme en comercio internacional leo de dónde se origina el producto.

Por lo tanto al ver recientemente en un escaparate una botella diferente de  agua de coco, instintivamente busqué su procedencia, para sorpresa era producida en Corea de Sur. Qué pequeño se ha vuelto el mundo, pensé (la distancia entre ambos países ronda los 14,000 kilómetros). Con una temperatura promedio de -7 grados Celsius en enero, es muy probable que el agua de coco ni siquiera sea coreana y estén importándola en contenedores para luego envasarla en botellas y exportarlas al mundo.

Con una población de 50 millones de habitantes, Corea del Sur se ha convertido en el séptimo exportador mundial, superando los US$550 mil millones anuales. Exportando computadoras, semiconductores, equipos de telecomunicaciones, vehículos, acero, petroquímicos, barcos, y mucho más. La literatura de hace una década hablaba de los Tigres de Asia y la verdad es que se tiene que ser muy tigre para vender agua de coco desde un país con una temperatura similar a Noruega hacia uno localizado en el corazón del Caribe donde la palma de coco es sinónimo de playa.

Esto dice mucho de la cultura exportadora coreana y de cómo al crear una estructura que fomenta las exportaciones se crean interesantes sinergias.

Cuentan con financiamientos blandos vía un banco del exportador y de garantías de pagos vía un seguro al exportador. Posiblemente se beneficiaron en sus inicios las grandes empresas, pero luego abrieron pasos a las pequeñas. Al aumentar los volúmenes de exportaciones se crean especialistas en comercio, bajan los fletes y esto aporta ventajas para que las pymes puedan internalizarse. Ningún mejor ejemplo que el agua de coco coreana.

Lamentablemente, en nuestro país, la situación es un poco diferente. Es mucho más fácil importar que exportar, y por ende más beneficioso. De ahí que nuestra nueva generación de emprendedores esté pensando sobre cuáles nuevos servicios o productos ofrecer, pero desde la óptica de importarlos y no de producirlos localmente. Mucho menos de ofrecerlos al mundo vía exportaciones. Individualmente es un comportamiento racional, pero cuando lo agregamos en términos de país lo que estamos señalando es que importemos más y exportemos menos. Y como los dólares no crecen en las matas de coco, estamos generando déficits crecientes en nuestra cuenta corriente de la balanza de pagos, lo que nos empuja a endeudarnos. En otros tiempos esto se habría podido corregir limitando lo que se pueda importar, pero las reglas de juego de la Organización Mundial del Comercio, del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Centroamérica (DR-Cafta), el acuerdo con la Unión Europea (EPA) y demás no lo permiten. La respuesta la debemos encontrar en el fomento de una cultura exportadora. Eso es lo que tenemos que meternos en el coco.

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