“¡Esta niña es insoportable! No respeta a nadie.”, fue la exclamación expresada por una abuelita de avanzada edad cuando, delante de mí, al salir de un parqueo, corregía a su nieta de apenas cuatro años. Ante la corrección, la niña le manoteó y, con mirada firme, le gritó: “¡Déjame, no me molestes!”.Escenas como esta son la cotidianidad de un gran número de familias, especialmente en hogares de parejas jóvenes que están iniciando el proceso de formación y educación de sus hijos. “Los niños de ahora no respetan”, “Uno no sabe qué va a hacer con estos muchachos”, “Les hablo y no me obedecen”, estas y otras tantas expresiones, como especie de desahogo, son formas de manifestar la impotencia que aparentemente sienten ellos a la hora de frenar la conducta manifestada por los pequeños.
¿Cuál es la falla para que hoy sea tan complicado poder crear familias a través de las cuales se puedan establecer reglas y normas que rijan la vida presente y futura de los que allí se están formando? Si todo esto es con los que aún son pequeños, cómo será en aquellas familias donde los hijos ya son adolescentes, que creen tener sus propias convicciones acerca de lo que deben o no deben hacer. “… ¡Ay de aquellas que estén encinta, y de las que críen en aquellos días!” (Lucas 21:23). El impacto de este pasaje para mi vida es precisamente porque mi posición profesional me permite ver cuán difícil se les hace a las familias poder crear una base sólida en los hijos y, sobre todo, que éstos aprendan a acatar figuras de autoridad. Las mismas se inician con los padres, a quienes, como vemos en los ejemplos citados, desde pequeños no obedecen, mucho menos, una vez que les toca relacionarse extra familiarmente, donde es aun más difícil que los mismos puedan respetar y aceptar reglas y normas ya impuestas por otros, como: profesores, policías, vecinos, etc. Lo primordial para el logro de individuos sanos, dentro y fuera del entorno familiar, estriba en que los progenitores o cabezas de los hogares mantengan firmeza en las posiciones a la hora de poner reglas, teniendo claro que cada hogar tiene sus propias normas, las cuales deben primar, independientemente de cómo otros funcionen o se manejen.