Cada año, ya es costumbre que todos los que de alguna forma hacemos opinión pública construyamos mensajes alusivos a los niveles de prudencia que deben prevalecer para esta fecha especial en la religiosidad católica mundial.Claro está, nunca estará de más puntualizar la importancia de estos llamados de atención a una ciudadanía que como en otras épocas de asueto, festividad y conmemoración nacional asume un proceder no siempre ajustado a los parámetros de racionalidad que caracteriza la conducta humana.
Cientos de miles de personas se movilizan hacia distintos puntos de nuestra geografía nacional, en busca de espacios de recreación y maneras de diversión que, desafortunadamente, suelen dejar saldos negativos para mucha gente.
Y es precisamente donde adquiere un gran significado la labor oportuna de las autoridades de socorro y organismos de seguridad del Estado, quienes desde hoy y hasta el domingo igualmente mueven miles de voluntarios, con la especial encomienda de proteger y salvar vidas en cada rincón de nuestro país.
Como he dicho en otras ocasiones, resulta paradójico que una época llamada a ser tomada para recogimiento espiritual y renovar nuestro voto de fe cristiana, haya la necesidad de disponer de un inmenso despliegue de militares y agentes del orden público, cual si se tratase de un evento que pueda atentar contra la seguridad nacional.
El mundo vive tiempos de convulsiones políticas y sociales, amenazas de guerras de consecuencias impredecibles, y la angustia de millones de personas en peligro permanente de volverse víctimas de enfrentamientos armados, sobre todo en naciones donde sus gobernantes no han sido capaces de dirimir sus conflictos de forma civilizada y tomando en cuenta el bienestar de sus pueblos.
Entonces la ocasión también es propicia para hacer nuestro la postura del papa Francisco ante el contexto adverso matizado por preocupantes indicios de hostilidades que perturban la paz mundial. El Santo Padre nos convoca a trabajar unidos para contribuir a que “los despliegues opuestos dejen de lado los intereses particulares, y se preocupen para que cada ciudadano, perteneciente a cualquier etnia y religión, pueda colaborar para la edificación del bien común”.
Así lograríamos, pues, un verdadero encuentro con el sentido esencial de la Semana Santa, recurriendo al poder supremo de la oración invocada en nombre de la paz de nuestro país y del mundo.
Y, en nuestro caso particular, como bien apunta el Consejo Dominicano de Unidad Evangélica (Codue), la crucifixión de Cristo debe volvernos a ser solidarios con las aflicciones de nuestro prójimo.