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Las investigaciones indican que el aislamiento y la sobreexposición a medios electrónicos en la cuarentena produjo un aumento de trastornos de ansiedad, depresión y violencia intrafamiliar, con consecuencias psicológicas que aún permanecen y podrían persistir durante años

Durante el primer año de la pandemia, nos vimos bombardeados por consultas, noticias e historias de niños, niñas y adolescentes que lidiaban con problemas psicológicos de diferente índole y debimos construir recursos originales para poder responder a esa enorme demanda.

La salud mental infanto juvenil, que para los profesionales ha sido una preocupación y ocupación desde siempre, comenzó a ubicarse en la agenda pública, unos meses después de comenzar la pandemia por COVID-19. Esta exacerbó aún más los desafíos que enfrentan las infancias y sus familias. Muchas de las problemáticas no eran nuevas y se profundizaron por la incertidumbre y el aislamiento, y otras se crearon.

La Academia Estadounidense de Pediatría, la Academia Estadounidense de Psiquiatría del Niño y del Adolescente y la Asociación de Hospitales Pediátricos, declararon una Emergencia Nacional en Salud Mental Infantil y Adolescente ya en octubre de 2021.

En Argentina, varios estudios han investigado los efectos de la pandemia en la salud mental infantil, el aumento de la violencia, y la exposición a pantallas.

Los efectos de la pandemia en la salud mental

El informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia (2024) reveló un dato alarmante: el aumento en las denuncias de violencia contra niños y adolescentes, tanto en el ámbito familiar como institucional. La violencia doméstica, el abuso sexual y el maltrato escolar siguen siendo problemáticas graves.

Un estudio realizado por la facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires en 2021 encontró un incremento en los trastornos de ansiedad, depresión y de sueño en niños y adolescentes durante el confinamiento. Se observó una correlación entre el aumento en la exposición a pantallas y el deterioro en la regulación emocional de los niños.

Por su parte la Sociedad Argentina de Pediatría informó que la sobreexposición a pantallas durante la pandemia tuvo un impacto negativo en el desarrollo cognitivo y emocional de los niños, especialmente en las habilidades sociales y de comunicación.

La pandemia no sólo exacerbó problemas ya existentes en la salud mental infantil, sino que también amplificó la exposición a pantallas y la violencia en el hogar. Los niños y adolescentes quedaron atrapados en una encerrona trágica: la falta de apoyo institucional, la sobreexposición a un entorno digital y la ausencia de espacios seguros.

En un reporte de 2021, UNICEF destacó que muchos niños estuvieron expuestos a situaciones de abuso y violencia durante la cuarentena, mientras que el acceso a servicios de apoyo psicológico se vio muy limitado. La organización también señaló que las secuelas en la salud mental infantil podrían durar años.

En Aralma, la organización que dirijo, nos vimos sobrepasados por la enorme cantidad de consultas no solo de familias, sino de hogares convivenciales y de las ONG que intentaban responder a la demanda en salud mental de niños, niñas y adolescentes.

Lo más preocupante en principio fueron las situaciones de abuso y malos tratos, la violencia por motivos de género y explotación sexual. La violencia de género intrafamiliar también se agudizó y esta es una de las formas de victimización de la infancia que no se tiene demasiado en cuenta en la generación tanto de espacios de contención como en campañas de prevención.

La exposición de niñas, niños y adolescentes a la violencia perpetrada hacia otras personas tiene efectos físicos y psicológicos similares a los de la violencia experimentada directamente.

Los huérfanos por feminicidio quedaron más desamparados que nunca ante la falta de los servicios de salud mental que se debería haber brindado, esto trajo secuelas emocionales, comportamentales y vinculares muy difíciles de sobrellevar.

A todo esto se sumaba la imposibilidad de pedir ayuda en las escuelas y en otros espacios que sirvieran de contención. Las secuelas de padecer maltrato o violencia sexual son muy graves y perduran en el tiempo, si a esto se le suma la restricción de no poder salir de casa y tener que convivir con el agresor todo se agrava.

La mayoría de las veces un escape es ir a la escuela. Ir a la escuela puede sacar a los niños y niñas por horas del infierno. Les da una posibilidad de develar lo que viven y permite imaginarizar un futuro distinto.

Durante la pandemia, UNICEF Argentina reveló que el 72% de los adolescentes necesitó apoyo emocional debido a la pérdida de vínculos sociales, proyectos, y la creciente exposición a situaciones de violencia física y emocional dentro de sus hogares. Esto ha incrementado los niveles de ansiedad y depresión, especialmente entre aquellos en contextos familiares violentos.

La Universidad de Buenos Aires resaltó que el confinamiento y las restricciones aumentaron la exposición de los niños y niñas a violencias, tanto dentro de sus hogares como en el ámbito digital. El ciberacoso y la explotación en línea también aumentaron, agravando la situación ya que no podían acceder a espacios seguros, como las escuelas.

Durante la pandemia y el confinamiento, se observó un dramático incremento en el consumo de imágenes de explotación sexual de niños y niñas ( lo que vulgarmente se mal llama pornografía infanti), con un aumento del 500% en las denuncias.

La fiscal Daniela Dupuy, a cargo de la Unidad Fiscal Especializada en Delitos y Contravenciones Informáticas, confirmó que este crecimiento se dio entre marzo y noviembre de 2020. Este fenómeno fue impulsado por el mayor tiempo que los niños pasaban en línea debido a la cuarentena, lo que los hizo más vulnerables a los pederastas que utilizan plataformas digitales para distribuir contenido ilegal.

La violencia contra niñas, niños y adolescentes no es algo que les suceda a las víctimas de manera fortuita. La violencia es un acto deliberado que comete una tercera persona y, en esa medida, se debe y se puede prevenir.

En el hogar pueden darse condiciones que aumenten la posibilidad de violencia contra las niñas, los niños y los adolescentes por parte de sus padres, madres, cuidadores, padres, hermanas y hermanos, o familiares y personas cercanas con quienes interactúan con regularidad o conviven.

El castigo físico es muy común incluso durante los primeros cinco años de vida de los niños y niñas y se relaciona con la violencia psicológica como práctica de crianza. En estimaciones recientes se calcula una prevalencia de un 55,2% de la agresión física y un 48% de la agresión psicológica en la crianza en América Latina y el Caribe.

La violencia sexual padecida en la infancia es una de las formas más devastadoras de maltrato, dejando secuelas profundas y duraderas en quienes la padecen. Este tipo de violencia no solo afecta la integridad sexual de la víctima, sino que también impacta en su integridad psíquica, emocional, social y, en algunos casos, religiosa.

La confianza en los demás se ve gravemente dañada, generando consecuencias profundas en las relaciones interpersonales a lo largo de la vida. Además, la violencia sexual y los malos tratos concomitantes tienen un impacto directo en la salud mental de las víctimas. Pueden desencadenar trastornos de ansiedad, depresión, estrés postraumático y otras dificultades emocionales que persisten a lo largo del tiempo.

Es fundamental comprender que la violencia sexual está indisolublemente ligada a otras formas de malos tratos concomitantes, como humillaciones, amenazas y silenciamiento, que profundizan y agravan el daño psicológico y emocional.

Las consecuencias de la exposición al entorno digital

El incremento del uso de herramientas digitales como consecuencia de las medidas de aislamiento adoptadas en la mayoría de los países en el marco de la pandemia amplió el espectro de potenciales agresores fuera del núcleo familiar con quienes pueden interactuar desde el entorno digital, como pares o personas desconocidas.

La mayor exposición al entorno digital puede a su vez elevar la exposición a riesgos inherentes a tales como el ciberacoso o la violencia sexual por medios digitales.

El ciberacoso consiste en la intimidación repetitiva por medio de las redes sociales, plataformas de mensajería, comunidades virtuales, juegos o teléfonos celulares que busca atemorizar, enfadar o humillar.

Es importante tener presente que la violencia en línea no está separada de la que se produce en entornos reales y que, en el caso de la violencia sexual en línea, puede afectar también a niñas, niños y adolescentes que ni siquiera tienen acceso a un dispositivo electrónico. Hoy en día es común que personas adultas tengan acceso a cámaras digitales, portátiles o celulares que facilitan el registro de actividad sexual con niñas, niños y adolescentes, así como su distribución a través de canales digitales desde sus propios hogares.

La violencia sexual en línea incluye (grooming), la transmisión en vivo (streaming), el consumo de materiales de violencia sexual de niños y niñas y la coerción o chantaje a niñas, niños y adolescentes con fines sexuales.

Una revisión exhaustiva reciente de las investigaciones sobre la violencia contra la mujer y la violencia contra niñas, niños y adolescentes en América Latina y el Caribe), permitió ratificar los hallazgos de la Organización Panamericana de la Salud en 2016, sobre las intersecciones entre la violencia perpetrada contra las mujeres y la violencia contra niñas, niños y adolescentes.

El estudio concluyó que, en la región, estas intersecciones se manifiestan en aspectos como las normas sociales que promueven y justifican la violencia física como método de disciplina en la crianza y en la relación de pareja.

La exposición a la violencia, particularmente en los primeros años de vida, afecta la estructura del cerebro y genera un deterioro permanente de las capacidades cognitivas y emocionales, además de predisponer a conductas de alto riesgo y comportamientos antisociales. La violencia contra niñas, niños y adolescentes, que se da en todos los países del mundo, tiene efectos físicos y psicosociales a corto, mediano y largo plazo en las víctimas y en la sociedad.

Esto significa que la vida de niñas, niños y adolescentes que son víctimas de violencia puede verse impactada en varias dimensiones: predisposición a padecimientos crónicos de salud mental, dificultades en el aprendizaje, para relacionarse con los demás y para establecer vínculos afectivos saludables, mayor predisposición a conductas sexuales irresponsables o al uso indebido de sustancias psicoactivas.

Durante la pandemia, en el mundo, se ha observado un aumento tanto de la depresión como de la ansiedad y, por su parte, los trastornos de la alimentación han aumentado de una forma nunca antes vista. Llegan niños aún más enfermos que antes de la pandemia, puesto que presentan grados más altos de pensamientos suicidas, más agresión y autoagresión, tasas mayores de abuso de sustancias adictivas y más trastornos de la alimentación.

Algunos gobiernos han llevado a cabo acciones específicas para enfrentar la violencia contra niñas, niños y adolescentes, como la expansión de las líneas telefónicas de ayuda, las campañas de difusión de información, el financiamiento a albergues para sobrevivientes y la mejora de las condiciones de acceso a los servicios por parte de estos, así como modificaciones en la legislación.

Desde Aralma hemos propuestos varios proyectos de ley para erradicar la violencia sexual y para crear organismos de prevención y observatorios de las violencias que nos ayuden a la construcción de políticas públicas, así como informes al comité de los derechos del niño de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que exigen estos procedimientos al Estado Argentino.

Además, este año participaremos con estas propuestas en la 1ra Conferencia Ministerial Mundial para Poner Fin a la Violencia contra la Niñez que se llevará a cabo el 7-8 de noviembre en Bogotá, Colombia, organizada por los gobiernos de Colombia y Suecia, en asociación con la Organización Mundial de la Salud y UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia).

Es fundamental que las políticas públicas pospandemia prioricen la salud mental infantil, no solo con el acceso a servicios adecuados sino también con campañas de prevención y observatorios que echen luz y reduzcan la violencia y los efectos devastadores en la vida de bebés, niños, niñas y adolescentes.

* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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