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La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la contaminación del aire, tanto exterior como interior, como la presencia de agentes químicos, físicos o biológicos que modifican las características naturales de la atmósfera.
Las fuentes comunes incluyen aparatos domésticos de combustión, vehículos motorizados, instalaciones industriales eincendios forestales, según la OMS, que postula que estos contaminantes contribuyen a 6,7 millones de muertes prematuras cada año.
“La contaminación del aire es un factor de riesgo crítico para las enfermedades no transmisibles (ENT), ya que se estima que causa una cuarta parte (24%) de todas las muertes de adultos por cardiopatías, el 25% de las muertes por accidentes cerebrovasculares, el 43% de las muertes por neumopatía obstructiva crónica y el 29% de las muertes por cáncer de pulmón”, informa la OMS.
En ese sentido, recientemente, un estudio científico planteó que la contaminación por el humo de incendios forestales puede ser más dañina para la salud cerebral que otras formas de polución atmosférica.
La investigación, presentada en la Conferencia Internacional de la Asociación de Alzheimer en Filadelfia, ha encontrado una relación entre el humo de incendios forestales y un mayor riesgo de demencia. Los expertos señalaron que las partículas finas (PM2,5) presentes en este humo pueden penetrar profundamente en los pulmones y alcanzar el torrente sanguíneo, afectando potencialmente al cerebro.
El estudio comparó los efectos de las partículas PM2,5 originadas en incendios forestales con aquellas procedentes de otras fuentes de contaminación, como el tráfico y las fábricas. Los resultados indicaron que un aumento de 1 microgramo en la concentración de partículas de incendios forestales incrementaba las probabilidades de un diagnóstico de demencia en un 21%. En contraste, un aumento de 3 microgramos en partículas no relacionadas con incendios forestales aumentaba el riesgo en un 3%.
Para arribar a esta conclusión, los investigadores analizaron los registros de salud de 1,2 millones de adultos mayores en el sur de California entre 2009 y 2019. Utilizando monitoreo de la calidad del aire y otros datos, estimaron la exposición residencial a PM2,5 durante tres años. Los hallazgos destacaron la gravedad del impacto de las partículas finas de los incendios forestales en comparación con otras formas de contaminación.
Una de las principales preocupaciones de los autores, según plantearon, es la desigualdad en la exposición a esta contaminación. La directora científica de la Asociación del Alzheimer de Estados Unidos, María Carrillo, señaló que las poblaciones de bajos ingresos enfrentan un mayor riesgo de exposición al aire insalubre, ya que tienen menos opciones para evitarlo o para trabajar desde casa.
En diálogo con Infobae, Timoteo Marchini, investigador del Conicet en el Instituto de Bioquímica y Medicina Molecular (IBIMOL) e investigador en el Departamento de Cardiología del Hospital Universitario de Friburgo, Alemania, precisó: “Las investigaciones sobre los efectos en el cerebro de la contaminación del aire en general, y de la proveniente de los incendios forestales en particular, es un área relativamente nueva dentro de la toxicología ambiental. Se encuentra en estudio en los últimos años con mucha intensidad. Con respecto específicamente al cerebro, se conocen al menos tres vías a partir de las cuales los contaminantes del aire pueden afectar a este órgano”.
“Una de las posibles vías es que partículas del aire extremadamente pequeñas, en el orden de los nanómetros de diámetro, pueden penetrar en el pulmón, atravesar el epitelio respiratorio, llegar a la sangre y, desde la sangre, distribuirse por todo el cuerpo, inclusive atravesar la barrera hematoencefálica y llegar al cerebro. La barrera hematoencefálica es una serie de membranas de una permeabilidad muy selectiva que separa al resto del cuerpo del cerebro. Básicamente, estas partículas son tan pequeñas que pueden atravesar este tipo de membranas, especialmente si están dañadas por alguna condición inflamatoria sistémica o alguna situación en particular”, apuntó Marchini.
Y siguió: “En segundo lugar, otra vía indirecta pero altamente probable es la activación de nervios en el pulmón y de un arco reflejo por la presencia de las partículas; por el daño pulmonar que genera la presencia de los contaminantes del aire en el pulmón. Ese arco reflejo señaliza directamente desde el pulmón hacia el cerebro, produciendo un desbalance del sistema nervioso. En palabras más simples, esto es parecido a una situación de estrés crónico: se liberan los mismos neurotransmisores e incluso las mismas moléculas de señalización hacia la circulación sistémica, como por ejemplo el cortisol, que genera este tipo de estrés”.
“El tercer mecanismo, que para mí es el más interesante y probablemente el más relevante, es un poco más directo y tiene que ver con la presencia de las partículas en las vías respiratorias superiores y un transporte directo desde las fosas nasales hacia el cerebro a partir de nervios relacionados con el sentido del olfato. Estas partículas son inhaladas e impactan sobre estas terminales nerviosas que se encuentran por dentro de las fosas nasales, y están directamente conectadas con el cerebro por un sistema de transporte a través de este nervio. Estas partículas podrían llegar directamente a distintas áreas del cerebro y ejercer su efecto tóxico”, enfatizó Marchini.
Para el especialista, “la mayor proliferación de incendios forestales influye en la calidad del aire en general. En este momento, se están estudiando mucho los efectos sobre la salud de los incendios forestales en relación con el cambio climático, especialmente en los países y zonas geográficas que son especialmente susceptibles, como Brasil y Estados Unidos”.
Los incendios forestales y su impacto en la salud
Otro profesional consultado por Infobae fue Pablo Orellano, especialista en epidemiología e investigador del Conicet, quienlideró uno de los equipos elegidos por la OMS para relevar los efectos adversos de contaminantes del aire en el planeta.
“Estamos trabajando en distintos proyectos que tienen que ver con la relación causal entre la contaminación ambiental y la salud. Gradualmente, cada vez más se está trabajando de una forma integral, con la idea de no ver solamente la contaminación del aire y su efecto en la salud, sino analizar en forma global cómo el cambio climático influye en la salud y en el bienestar humano”, sostuvo Orellano.
Al tiempo que remarcó: “Si uno compara la contaminación aportada por los incendios forestales con otros tipos de fuentes de contaminación, como por ejemplo el tránsito vehicular, puede ver lo siguiente: el tránsito vehicular es una fuente constante y más o menos permanente de contaminantes. En cambio, los incendios forestales ocurren en un tiempo y espacio más acotados y de una forma más aguda. Entonces, en el momento en el que ocurren, la contaminación que aportan es mucho mayor. Son como momentos más agudos, entonces repercuten más en la salud, en un marco temporal y espacial más delimitado que en el caso de la contaminación vehicular, que es más general”.
¿Cómo ingresa la contaminación del aire al cerebro y qué consecuencias puede tener? Orellano explicó: “La contaminación del aire entra principalmente por el sistema respiratorio. De ahí entran van hacia los pulmones y, luego, entran al torrente sanguíneo. Una vez en el torrente sanguíneo, se distribuyen por todos los distintos órganos del cuerpo humano y por los sistemas. Dentro de estos últimos, está el sistema nervioso y, de esa manera, llegan al cerebro”.
“Las consecuencias que puede tener el ingreso de la contaminación del aire al cerebro son diversas. Lo más estudiado tiene que ver con los accidentes cerebrovasculares, pero hay muchas otras enfermedades y se están juntando más evidencias de asociación causal con los contaminantes ambientales. Entre ellos, el Alzheimer, la demencia u otras enfermedades vinculadas al sistema nervioso”, dijo el experto e investigador.
A su turno, el neurólogo Alejandro Andersson, director médico del Instituto de Neurología Buenos Aires (INBA), apuntó en conversación con Infobae: “La contaminación del aire puede tener varios impactos negativos en el cerebro. Las partículas finas (PM2.5) y otros contaminantes pueden provocar una respuesta inflamatoria en el cerebro, y esta inflamación crónica se asocia con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson. Además, los contaminantes del aire generan radicales libres que causan daño oxidativo a las células cerebrales, lo que puede llevar a la muerte celular y contribuir a estas enfermedades”.
Andersson sumó: “La exposición a largo plazo a la contaminación del aire también se ha relacionado con el deterioro cognitivo, incluyendo una disminución en la función de la memoria y la velocidad de procesamiento mental. Los niños son especialmente vulnerables. La exposición prenatal y durante los primeros años de vida puede afectar negativamente el desarrollo cerebral, provocando problemas de aprendizaje, comportamiento y desarrollo neurológico”.
La doctora Celeste Beltramini, especialista en Neurología en la Unidad de Neurología Cognitiva de la Clínica Universitaria Reina Fabiola de Córdoba, aportó en diálogo con Infobae: “La contaminación del aire puede afectar la función cerebral y el desarrollo cognitivo en niños, así como aumentar el riesgo de trastornos neurodegenerativos en adultos. La exposición a largo plazo a la contaminación del aire también se ha relacionado con un mayor riesgo de demencia y enfermedad de Alzheimer. Además, puede afectar la capacidad de atención, la memoria y el rendimiento cognitivo general”.
“La contaminación del aire puede ingresar al cerebro a través de varios mecanismos. Primero, las partículas finas, como el PM2.5, pueden ser inhaladas y llegar a los pulmones. Desde allí, estas partículas pueden pasar al torrente sanguíneo y, en algunos casos, atravesar la barrera hematoencefálica, que normalmente protege al cerebro de toxinas y patógenos. Además, las partículas ultrafinas y algunos contaminantes gaseosos pueden penetrar directamente la barrera hematoencefálica y llegar al cerebro, provocando inflamación y daño. La exposición a contaminantes también puede desencadenar una respuesta inflamatoria en todo el cuerpo, y esta inflamación sistémica puede afectar al cerebro, ya que las citoquinas inflamatorias pueden atravesar la barrera hematoencefálica”, profundizó Andersson.
Y añadió: “Otra forma en que los contaminantes pueden llegar al cerebro es a través de los nervios olfatorios; algunas partículas pueden dañar el epitelio olfatorio y, desde allí, trasladarse al cerebro a través de los nervios conectados. Finalmente, la contaminación del aire puede debilitar la barrera hematoencefálica, permitiendo que sustancias nocivas que normalmente no deberían cruzarla entren en el cerebro y aumenten el riesgo de daño cerebral”.
En un artículo institucional de la Universidad Nacional de México (UNAM), el médico Juan Pablo García Acosta, académico de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, postuló que aunque los posibles daños a la salud “dependen de nuestra distancia a los incendios, estos pueden ocasionar afectaciones aun a kilómetros”.
“Habitualmente tenemos la idea de que la única afección es a las vías respiratorias, pero cuando respiramos humo producto de estos incendios se inhalan gases, como el monóxido de carbono, el cual tiene la particularidad de unirse a nuestras células. El problema es que nuestro organismo no está diseñado para procesar o trabajar con este monóxido de carbono; entonces cuando es desplazado el oxígeno, las moléculas contaminadas provocan estragos importantes”, dijo García Acosta.
Y desarrolló: “En el caso del cerebro, cuando recibe estos niveles de monóxido de carbono se perturba su funcionamiento y clínicamente vemos que la persona empieza a tener alteraciones en la conciencia, incluso puede perderla”.
La doctora Celeste Beltramini, especialista en Neurología en la Unidad de Neurología Cognitiva de la Clínica Universitaria Reina Fabiola de Córdoba, aportó en diálogo con Infobae: “La contaminación del aire puede afectar la función cerebral y el desarrollo cognitivo en niños, así como aumentar el riesgo de trastornos neurodegenerativos en adultos. La exposición a largo plazo a la contaminación del aire también se ha relacionado con un mayor riesgo de demencia y enfermedad de Alzheimer. Además, puede afectar la capacidad de atención, la memoria y el rendimiento cognitivo general”.
“Las partículas contaminantes del aire podrían acelerar los procesos neurodegenerativos mediante enfermedades cerebrovasculares y cardiovasculares -detalló Beltramini-, así como el procesamiento de proteínas en el cerebro. Un informe reciente del Comité del Reino Unido sobre los Efectos Médicos de los Contaminantes Atmosféricos concluye que la contaminación atmosférica, en particular la de pequeñas partículas, puede afectar al corazón y al sistema circulatorio, que incluye la circulación hacia el cerebro. Por lo tanto, la contaminación atmosférica podría contribuir al deterioro mental y a la demencia por sus efectos sobre los vasos sanguíneos”.
“Es importante tomar medidas para reducir la contaminación del aire y proteger nuestra salud cognitiva. Esto incluye promover formas sostenibles de transporte, reducir las emisiones industriales y fomentar prácticas agrícolas sostenibles para minimizar los efectos negativos en nuestra salud mental”, reflexionó la especialista.