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El concepto de estrés surge desde la física para explicar los efectos que se producen sobre un cuerpo cuando el mismo es sometido a presión. Desde la psicología, el estrés se define como una relación particular entre el individuo y el entorno, el cual, en muchas ocasiones, puede llegar a ser evaluado por la persona como amenazante, exigente, demandante o desbordante de sus recursos personales y hasta considerado como un potencial peligro para su bienestar.
“Muchas veces el concepto de estrés suele tener mala prensa o verse como algo malo, por ese motivo es importante reconocer que no siempre es negativo. De hecho, desde la psicología se definen en la actualidad dos tipos de estrés diferentes: el estrés adaptativo o eustrés y el estrés desadaptativo o distrés”, mencionó la licenciada Belén Tarallo, integrante del Departamento de Psicoterapia Cognitiva de INECO.
En esa línea, la profesional explicó que el eustrés es el nivel de activación necesaria y esperable del organismo para poder responder de forma adecuada a los estímulos cotidianos. Es decir, se trata de un nivel de respuesta proporcional al estímulo, que cumpliría una función adaptativa y ayudaría al individuo a enfrentarse con éxito a las situaciones.
Por otro lado, el distrés es un nivel de activación del organismo, excesivo o inadecuado y que se da a nivel físico y psicológico, a la demanda de la situación que, si se prolonga, puede tener consecuencias negativas para la persona. De ello dependerá la interpretación que el individuo haga del estímulo, sus recursos personales y el contexto.
A continuación, la licenciada Tarallo compartirá diferentes recomendaciones para gestionar el estrés y lograr mejoras en la calidad de vida:
Tal como ya es sabido, la mente y el cuerpo no son entidades separadas sino que se encuentran totalmente integradas y se influyen mutuamente. Por esa razón, cuidar la regulación de los sistemas fisiológicos, tales como la alimentación, el sueño y el nivel de actividad física, tiene un impacto directo sobre la manifestación del estrés.
En la medida en la que las personas tengan hábitos saludables la mayor parte del tiempo, estos funcionarán como factores protectores, es decir, mitigarán o reducirán el impacto de los estresores negativos. Por el contrario, si los hábitos de sueño, ejercicio físico y alimentación son poco saludables, los mismos actuarán como factores de riesgo, aumentando las probabilidades del impacto negativo del estrés.
Una rutina cargada de exigencias, con muy poco espacio para la relajación, es estresante de por sí, por el agotamiento emocional, físico y cognitivo que genera. Lo curioso es que lo contrario, es decir una rutina sin ninguna responsabilidad o exigencia, también puede ser altamente perjudicial y estresante. En términos ideales, la división entre las exigencias o responsabilidades y los momentos de relajación y disfrute debería ser equitativa. Es importante ser consciente acerca de ello y trabajar en el propio balance de forma realista, sin dejar de lado ningún elemento de forma excesiva.
Los seres humanos son seres sociales y, si bien las necesidades de interacción social varían de sujeto a sujeto, tener momentos de conexión con los diferentes vínculos (amistades, pareja, familia, mascotas) es uno de los factores mitigadores del estrés negativo más importantes.
Una de las principales maneras de evitar la sobrecarga y el aumento del estrés patológico es poniendo límites, tanto a la cantidad de cosas que se realizan en el día a día como también a las personas con las cuales uno se relaciona. Poder decir que no, en el momento adecuado, funcionará como una gran herramienta de prevención del estrés negativo.
El autodiálogo, es decir, la forma en que uno se dirige a sí mismo, influye significativamente en la experiencia emocional y la interpretación que se haga de los sucesos y estímulos diarios. Tener en cuenta esto y prestar atención al modo en que uno se habla a sí mismo resulta relevante para la gestión del estrés. Por ejemplo, en la psicoterapia cognitiva conductual se utiliza un ejercicio básico de reestructuración en el cual la persona debe preguntarse si su autodiálogo es similar a la forma en la cual se dirigiría hacia un ser querido.