Alfonso Ussía es un aclamado periodista español, que suele escribir con un agudo e irónico sentido del humor (a veces se pasa).
En 1992 publica Manual del ecologista coñazo, y en uno de sus capítulos relata un suceso vinculado al ferviente amor por los animales de un padre de familia.
La gran ilusión de ese animalista era hacer una excursión por los bosques de Asturias para sorprender a los osos “en su estado natural y salvaje”. A su esposa no le interesaban realmente los osos… pero quiso complacerlo.
Y así se fueron ambos con sus dos hijos pequeños, una chica y un chico, a acampar al bosque. Entre “hermanos” buhos, avispas, osos y demás (así los llamaba…sus “hermanos”).
La señora opta por quedarse en la tienda de campaña, mientras el señor se adentra en los matorrales con los chicos. Con su cuchillo ecologista se abre paso entre las ramas, en un terreno cada vez más difícil y empinado.
Al rato llegan a un río, y en su orilla encuentran cinco osos. Uno de ellos jugaba con un pijama igual al de la madre que habían dejado en la tienda. ¡Menuda casualidad!
Pero obviamente, de casualidad nada… aquel pijama ensangrentado era el de la señora, y el señor cae en cuenta que se ha convertido en hombre viudo. Entonces le invaden sentimientos encontrados: el dolor por la pérdida de su amada esposa y la frustración de reconocer que sus admirados “hermanos” fueron capaces de comérsela.
En medio de la estupefacción, dos osos se acercaron. A los chicos se les había dicho que los osos eran maravillosos (como los delfines), y por eso no reaccionaron tan rápido como el padre a treparse a un árbol y protegerse. El chico lo logra, pero a la chica no le dio tiempo ni a gritar, y se la tragaron en un santiamén. (Al menos fue rápido…).
El señor rehizo su vida casándose con su secretaria. (Le había cogido manía a los osos).
Este relato, que suena inverosímil por lo absurdas de las decisiones tomadas para pasar un fin de semana en familia, es escalofriante y penosamente cierto. O sea…¡pasó de verdad!.
El fanático expuso a su esposa e hijos pequeños al peligroso contacto con bestias salvajes que terminaron devorándolos.
Así andan por el mundo muchos ecologistas, cegados por una devoción ingenua hacia los animales.
Son los mismos que convocan a una rueda de prensa para anunciar que el camello escarlata se extinguió (claro, se lo comieron los somalíes), o que están en peligro de extinción el uyuyui (un insecto del amazonas), el conejo desorejado (y por ende sordo), o la gallina goli-gorri (a saber quién la distingue de otra gallina).
Son los mismos que fundaron una especie de club de “amigos de las pirañas”, para evitar su extinción y maltrato… a pesar de que el número de ejemplares se multiplica diariamente por catorce.
Y son los mismos que en sus novatadas han provocado incendios en los lugares que pretendían salvar.
Lo insólito es que cada día son más, y logran imponer sus boberías sobre la sensata prudencia. Y hasta subvenciones se les da.