El éxito de China, de liberar de la pobreza a mil 362 millones de sus mil 400 millones de habitantes, bajo un gobierno centralizado, replantea la discusión de la viabilidad de la utopía socialista más allá de sus fronteras

La caída del muro de Berlín en 1989 patentizó con un grafismo extraordinario el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y con la misma, la forma más extendida del llamado “socialismo real”.

Desde entonces se abrió un debate acerca de la viabilidad del socialismo y accesoriamente otra discusión acerca del valor real de las ideologías en un mundo donde se habían reafirmado las reglas de la economía de mercado.

Paralelamente sobrevivían regímenes que enarbolaban el socialismo como sistema de gobierno, con símbolos como Cuba y Corea del Norte. China Popular avanzaba en su proyecto de socialismo con características chinas, bajo el impulso de un nuevo temperamento afirmado en un aparato de control social y del Estado, el Partido Comunista Chino. Bajo regulación, las autoridades abrieron las puertas a la inversión extranjera, a la desregulación de las políticas de gestión de las empresas y a la combinación de fórmulas de gestión según conveniencia y en atención a la naturaleza de la actividad productiva, siempre bajo una directriz centralizada.

China aparentemente aprendía de la fracasada URSS y de la propia realidad de una nación que había hecho una revolución desde los inicios de una pretendida república democrática al estilo occidental con un pesado fardo de modos de producción basados en la agricultura, remanentes medievales de explotación sobre la tierra y una pobreza extrema.

Desde 1949 hasta hoy el Partido Comunista Chino ha construido una sociedad con un alto desarrollo de las fuerzas productivas, mediante la creación de riquezas en todas las ramas de la economía. Hoy, menos de cincuenta millones de chinos viven en la pobreza, de un total de 1,400 millones. La aspiración es construir una nación “modestamente acomodada”, según las palabras de su presidente Xi Jinping.

El socialismo con características chinas prevé eliminar totalmente la pobreza en 2035 y avanzar hacia el centenario del triunfo de la revolución en 2049 expandiendo a lo más alto el desarrollo de la alta tecnología. Combatir el desempleo, que hoy ronda entre el 3 y el 4%, no sería un propósito. El énfasis está en el mayor acceso al conocimiento científico para alcanzar los más altos estándares de la calidad de vida de la gente.

El Producto Interno Bruto (PIB) per cápita ha crecido de 155 dólares en 1978 a 8,836 dólares en 2017. China se considera actualmente como una economía de ingresos medios y altos.

El modelo chino, encarnado en el peso de la segunda economía mundial, basado en el desarrollo de las fuerzas productivas, el comercio y las exportaciones, con la mira puesta en la apertura a nuevos mercados con los proyectos de la Franja y la Ruta de la Seda para posibilitar la conexión con los mercados del mundo, la expansión de sus vínculos a nivel global, para convertir esa nación en destino de la humanidad, no alardea de sus progresos afirmados en el trabajo bajo la dirección del partido y la participación de los diferentes estamentos de la sociedad, con una importante presencia de los jóvenes y las mujeres.

El éxito del modelo chino ha sido indiscutiblemente la solución de los grandes problemas de China: el hambre, el desempleo, el déficit de vivienda, una adecuada administración de justicia, seguridad, orden, trabajo, una descentralización del gobierno hacia las provincias y municipios, que ha posibilitado el surgimiento de gobiernos locales impulsores del desarrollo económico y social. Y asimismo, abrirse al mundo, como escenario de inversión y producción en base a la confianza. Y políticamente, mediante el establecimiento de relaciones Sur-Sur, en base al criterio de “ganancias recíprocas” entre los Estados y pueblos.

AL y el Caribe

En América Latina surgieron proyectos afirmados en discursos pretendidamente socialistas, fracasados por una falta de organización en la base de la sociedad y el Estado y por la discapacidad para encarar los grandes retos nacionales, que son los mismos: el hambre, la falta de habitaciones dignas, el analfabetismo, la generación de empleos, la modificación de los aparatos productivos y el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el aliento del Estado y la promoción de las iniciativas empresariales privadas, nacionales o extranjeras.

La experiencia de Venezuela, que fue la más atrevida iniciativa en nombre del socialismo, el llamado “socialismo del siglo XXI”, está empantanada por una gestión del Estado de absoluta mala calidad y, en términos políticos, erróneamente sustentada en los modos de control social e imposición de modelos de gobernanza ya fracasados en Cuba.

Venezuela demuestra que el éxito de un proceso político no se afirma en una palabra, no importa lo inspiradora que pueda ser: el socialismo, sino en el trabajo creativo con la gente puesto en primer plano, con disciplina, administradores de calidad, personas verdaderamente empeñadas en servir a sus congéneres, apartadas de la corrupción y el populismo.

Además, sin perspectiva histórica, en desconocimiento de las tradiciones de los pueblos, de su cultura, al margen de la implantación durante años de una organización social nueva, no se puede decretar un proyecto socialista, sea mediante un golpe de Estado, por el surgimiento de un liderazgo singular, por el fracaso de los partidos tradicionales, o la masificación del descontento social legítimo.

El hecho de que una nación o un pueblo se levante y apoye un proceso político o una propuesta de gobierno, no significa que se acoge a “fórmulas socialistas” decididas por la voluntad de un caudillo o por las conclusiones de dirigentes o pensadores políticos que se consideran elegidos por los designios del bien.

La utopía socialista

En el pasado, la utopía del bienestar común suponía una construcción desde las bases mismas de la sociedad, de los actores sociales que entendían que determinados caminos eran los adecuados para el establecimiento de una nueva forma de gobernar al servicio de las mayorías, negadora de las camadas corruptas, listas a enriquecerse en la primera oportunidad.

La concepción socialista, la idílica sociedad sin clases, devino en algunas sociedades con altos niveles de desarrollo institucional en un tipo de ejercicio político con aprobación de mayorías calificadas, con capacidad para implantar formas de gobierno inspiradoras de cambios sociales en la búsqueda de ciertos niveles de equidad. Vendría entonces un “socialismo democrático” fallido que ha evolucionado en un capitalismo con “rostro humano”, mediante el establecimiento de estándares de vida satisfactorios para considerables capas de la sociedad, cuyos escenarios se verifican predominantemente en algunos de los países nórdicos de Europa occidental.

¿Tiene futuro el socialismo?

Sigue en el aire la interrogante capital: ¿Tiene futuro el socialismo?

Como ha sido imaginado hasta ahora, de ninguna manera. De nada sirve la etiqueta si sus promotores son incapaces de establecer una organización sociopolítica fuerte, de arraigo en las bases de las sociedades, capaz de crear y dirigir las instituciones nuevas; impulsar los cambios en atención a las necesidades reales de los pobladores, crear un sistema de justicia eficiente y profesional; establecer un régimen de seguridad pública y otro de seguridad social, sin subsidios clientelares, donde las personas paguen lo justo por cada servicio bien prestado; donde haya oportunidad para todos, y los puestos sean llenados por capacidades y no por politiquería.

Un gobierno con capacidad para implantar reformas en los modos y formas de producción en las diferentes ramas de la economía, sin desconocer las realidades históricas, sociales y culturales de los pueblos, y especialmente, capaz de entender la geopolítica, el valor de los aliados inevitables determinados por las fuerzas del mercado y de los capitales.

Gobernar bien

El socialismo no sería más que gobernar bien, en libertad y justicia social, en atención a las tradiciones y costumbres de cada pueblo. En China se instauró un régimen hasta ahora exitoso, porque las tradiciones, hábitos y costumbres del pueblo chino así lo han asimilado, fundamentado en la capacidad de una gestión que ha sabido trascender de una generación a otra, bajo la presencia abierta, imperceptible o sugerente a veces, de un eje conductor que se afirma en un guía, en un jefe (en el pasado fue el Emperador), que bien puede ser el partido, o el gran timonel del momento….

Xi Jinping, presidente de China,reelecto indefinidamente. Fuente externa

 

Osvaldo Santana fue parte de un grupo de periodistas dominicanos invitados por el gobierno de China a visitar ese país en junio pasado.

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