En la vida se nos presentan temas y situaciones tan personales y privadas que uno quisiera mantenerlas en la estricta intimidad; pero la labor publica de cara al pueblo y teniéndole como centro de nuestro accionar, la diversidad de amigos y compañeros en todo el mundo, nos sitúa en el deber de compartirlas con la misma claridad y firmeza que caracteriza nuestra práctica cotidiana en todo el quehacer en que nos desempeñamos y por el que nos hemos dado a conocer, desde los primeros años de vida.
El tránsito de mi dolor en el silencio comenzó finalizando el pasado mes de julio, cuando retomé mis chequeos médicos de rutina que acostumbro realizar cada año, tanto en mi país como en el exterior, y por la pandemia del covid-19 no pude realizar el pasado año. A finales de julio pasado, visite mi gastroenterólogo en Nueva York, el prestigioso doctor Peter Distler, quien, mediante un estudio de endoscopía y colonoscopía, detectó una pequeña lesión en el estómago y de inmediato tomó las muestras para estudio patológico, resultado que me comunicó estando ya en mi país, específicamente el día 2 de agosto.
Tenía un adenocarcinoma quirúrgico de 3 mm, en fase inicial. Al recibir esta noticia, tuve el impacto psico-emocional que causa en todo ser humano una información como esta, máxime cuando uno se siente bien orgánicamente y dedica tiempo a los asuntos de la salud, como es mi caso. Me sobrepuse a ese estado emocional y comencé una serie de consultas y cruce de opiniones, a todos los niveles de mis relaciones clínicas, científico-médicas, políticas, a sabiendas de que debía afrontar esta nueva situación de mi vida con toda la entereza, seguridad y acierto en la toma de la decisión correcta. Mi cardiólogo, el doctor Jacinto Mañón, al informarle esto, me recomendó tratarme dicha lesión fuera del país. Por sugerencia del doctor Distler, de inmediato me sometí en mi país a los estudios correspondientes para determinar que esta lesión no había afectado otros órganos de mi cuerpo, como de hecho fue verificado.
Cuando ya tenía diversas opiniones, todas muy calificadas, comencé a estudiar las posibles opciones clínicas donde decidiría realizarme el procedimiento de la cirugía, lo cual no estaba en dudas en cuanto a su realización, aunque si debía tener la seguridad de contar con un buen equipo médico multidisciplinario que me orientara con criterios científicos el tipo de cirugía y el tratamiento correspondiente. En estas indagatorias, me situé frente a las tres opciones que se presentaron: España, Brasil y Estados Unidos. En menos de una semana después del diagnóstico y pese a la insistente sugerencia de mi gastroenterólogo para que fuera a Estados Unidos, decidí viajar a España, donde tengo unas relaciones hace años con amigos y médicos del prestigioso centro hospitalario Vista Hermosa, en la Ciudad de Alicante, donde había estado en el año 2017.
Mi experiencia en España
Llegué allí el día 11 de agosto y de inmediato comencé las entrevistas médicas, consultas y estudios clínicos y de telemedicina, bajo la coordinación del doctor Gorka Nagore y del director del referido centro hospitalario, confirmándose lo que se había detectado y las aparentes características. Me informaron con detalles el tipo de cirugía que sugerían, la cual debía ser abierta y con posibilidad de quimioterapia posterior según resultado del estudio patológico, porque con los estudios practicados no se identificaba la ubicación exacta de la lesión en las capas estomacales ni el compromiso de los ganglios linfáticos.
Seguro y ya bien informado de que este tipo de procedimientos resulta distinto según las diferentes escuelas científico-médicas, no vacilé en realizar otras consultas y cruzar las diversas opiniones, reitero, todas muy calificadas; durante las distintas consultas recibí la información de que mediante una eco endoscopia era seguro conocer la profundidad exacta de la lesión. Es así que me trasladé a Madrid, al Centro Hospitalario Universitario Moncloa, donde me acompañó el prestigioso médico Julio de España; allí nos recibió el subdirector del centro, y después de los estudios requeridos, al día siguiente nos entrevistamos con el Jefe de Cirugía, quien, según su escuela, nos explicó, de forma gráfica, el tipo de cirugía que podría realizarse en mi caso (no invasiva), sustentado en las características de la lesión, incluyendo la no afectación de otros órganos ni de los ganglios linfáticos, reiterando que esa era su opinión individual y que el caso sería sometido al Comité de Tumores del hospital que se reúne cada semana, para conocer su opinión. Oportunamente, me comunicó que dicho Comité había corroborado su opinión, no significando esto que él incidiera. Esta opinión ratificaba mi tesis sobre las distintas escuelas.
Ambas posiciones, científicamente sustentadas, y que pude compartir con el director del Hospital, me crearon una situación de confusión que retrasaba mi decisión final, pese a que estaba contra el tiempo, para no complicarme la salud. No obstante, para mí lo más importante en ese momento era sentirme seguro de lo que haría y hacerlo con intima convicción. Todo lo cual dejé muy claro para cada uno de los médicos especialistas que se involucraron, de alguna forma, durante esta visita.
Retorné al país el día 29 de agosto, sin dejar de comunicarme permanentemente con mi gastroenterólogo. Volví a poner sobre la mesa las dos opciones restantes, y, al día siguiente opté por ir a los Estados Unidos, al Massachusetts General Hospital, en Boston, sugerencia que recibí de la familia Abinader Corona, con una alta valoración de ese centro hospitalario por sus experiencias en el mismo. Consulté a mis médicos primarios y recibí muy buena referencia. De inmediato partí hacia este centro donde ya tenía citas programadas por la familia Abinader.
Mi experiencia en Boston
Llegué allí el 30 de agosto y el 31 inicié mi agenda médica en el Mass General, que comprendía citas para estudios clínicos, entrevistas y consultas con oncólogo, cirujano, para fijar fecha de cirugía. La entrevista con el cirujano y oncólogo, respectivamente, médicos muy reputados y de experimentada profesionalidad, volvió a colocarme frente a otra escuela. El planteamiento era aplicar quimioterapia previa a la cirugía con probabilidad de su uso posterior según resultado patológico.
De nuevo me encontraba en un dilema, como se dice popularmente “contra la espada y la pared”, pero siempre muy seguro de que debía resolver esta situación cuanto antes. Las respuestas de mis médicos primarios corroboró mi impresión: Con este método, sin desmedro de los calificados especialistas, me estaría sobremedicando y mi organismo estaría en riesgo para una cirugía de tal naturaleza. Este llamado de la ciencia a la conciencia, me llevó a escoger la sugerencia del doctor Distler, quien persistentemente me venía proponiendo el Northwell Health, y como cirujano al doctor Mathew Weiss.
En el marco del respeto y el reconocimiento a la calidad del Mass General y de los médicos especialistas que estarían a cargo de mi caso, previo a tomar mi decisión, me reuní con el jefe del área internacional, a quien le expliqué en detalles las razones de mi decisión. En esta ocasión, estuve acompañado por la señora Rita Abinader, quien, para mi sorpresa, se había trasladado, con su madre, doña Sula Corona, desde Nueva York a Boston, para acompañarme en mi operación, gesto que agradezco infinitamente. Con esta decisión me trasladé a Long Island.
Mi experiencia en Long Island
Llegué allí el 7 de septiembre y al día siguiente tuve mi primera entrevista con el doctor Mathew Weiss, a quien expliqué en resumen mis experiencias anteriores y el motivo de mi decisión para acudir a él como profesional. Le mostré los estudios y resultados previos, tanto los realizados en España como en el Mass General. Su posición y respuestas a mis preguntas, para tratar mi caso fue la siguiente: Yo no puedo decirle el tipo de cirugía que haré, yo voy a ver con mi cámara lo que hay en su estómago, haciendo un par de incisiones, luego de lo que encuentre y donde lo encuentre decidiré en el mismo momento el tipo de cirugía que voy a hacer. Un posible tratamiento de quimio dependerá de la opinión del médico patólogo. Esta posición, naturalmente de otra escuela, me dio mayor seguridad y le dí mi visto bueno. En esta ocasión también me acompañó la señora Rita Abinader, quien se había trasladado desde Nueva York junto a su esposo Michel Lulo, lo cual agradezco de corazón.
Me sometí a los estudios previos (cardiología, pet scan, laboratorio, etc.,) y la cirugía se fijó para el 20 de septiembre en el Long Island Jewish Medical Center, donde ingresé a las 5:30 de la mañana, acompañado también por Rita y su esposo. Recibí los protocolos propios en estos casos. En el quirófano luego de la aplicación de la anestesia se presentó un evento cardiovascular, consistente en una fibrilación, algo nuevo en mi historial clínico, que llevó acertadamente al doctor Weiss a posponer la cirugía. Obviamente, de esto me enteré al despertar de la anestesia, cuando creía haber salido del momento esencial de esta situación. Angustiado y confuso pero con gran fuerza de voluntad para superar esto, me sometí a las consultas necesarias sugeridas por los especialistas durante los cuatro días que permanecí en el hospital, saliendo el día 23. También me estuvo acompañando el señor José Abinader, quien viajó desde Santo Domingo la noche anterior, de lo cual estoy inmensamente agradecido.
De nuevo fue agendada la cirugía para el 30 de septiembre, en esta ocasión se tomaron todas las precauciones necesarias que garantizaran el éxito de la cirugía, en relación con el evento anterior imprevisto.
Y así fue: A los tres días de la misma, estando aún en la Unidad de Cuidados Intensivos Quirúrgico (SICU por su siglas en inglés), me visitó el doctor Weiss, y frente a mí, que ya me encontraba sentado y había caminado, me dijo: Buena cirugía, estoy contento. Mi primera buena noticia, que complementaba mi estado corporal y emocional, solo con la debilidad propia después de un proceso quirúrgico como este, porque no sentía dolor, no tuve náuseas ni vómitos, ni fiebre, obviamente me mantuvieron con los protocolos de vigilancia, estudios avanzados y medicación correspondientes, todo con equipos de alta tecnología.
El lunes 11 recibí la de alta, el calendario de citas post quirúrgica con cirujano, cardiólogo, medicación y orientación nutricional para la primera fase. Al día siguiente tuve que retornar al hospital por emergencia, a causa de un estado de descompensación física y sangrado oral y por el drenaje, me hicieron los estudios clínicos y escaner para descartar hemorragia interna, confirmándose que la causa de este imprevisto lo ocasionaba el uso de un anticoagulante inyectado, medicamento que el cirujano ordenó suspender de inmediato.
La segunda buena noticia la recibí el jueves 14 cuando el doctor Weiss, vistiendo uniforme de cirugía, me visitó en la habitación del hospital y me dijo: Buena noticia, el resultado de patología es negativo, no metástasis, no ganglios infectados, no necesitará quimio. Esa noticia no solo fue buena por lo expresado, sino por la visible alegría en su rostro, lo cual sellaba el éxito de su labor quirúrgica, con un paciente que conoció aquel 7 de septiembre, por recomendación de su amigo, el doctor Peter Distler, y que se convirtió, convencida y disciplinadamente, en uno más de sus tantos pacientes del mundo.
Debo destacar, que pese a vivir en este tránsito mi dolor en el silencio, tratando de mantener un poco al margen a mi familia, sobre todo a mi hijo Miguel Amaury, para no afectarle emocionalmente, aunque le informé hasta dónde a mi juicio debía saber, mi atención para enfrentar y resolver esta situación en el menor tiempo posible, no me permitió compartirla con todos los amigos, compañeros, familiares cercanos y lejanos y ese público especial que constituye mi pueblo dominicano, decidí comunicarlo a través del presente artículo, en este espacio que me ha concedido el director de este prestigioso medio.
Quiero agradecer, de manera especial, al presidente de la República Luis Abinader, por las facilidades brindadas y el seguimiento que mantuvo a mi situación durante todo este trayecto, al ex presidente Danilo Medina, uno de los pocos amigos a quienes tuve la oportunidad de compartirle mi situación, por su constante comunicación e interés en mi caso. Al amigo presidente de la República Bolivariana de Venezuela Nicolás Maduro, quien tan pronto le informé mi situación me recomendó tratarme en el Hospital Sirio Libanés, en Brasil y se mantuvo en permanente seguimiento a mi estado de salud. A todos aquellos amigos, tanto de mi país como del exterior, entre ellos a Ignacio Ramonet, que de una u otra forma se enteraron de esta situación y mantuvieron comunicación, por distintas vías, deseándonos pronta recuperación.
Cabe destacar también que, pese a lo difícil de esta situación, ya superada, a los momentos de angustia, confusión y natural preocupación, siempre me mantuve al frente de mis responsabilidades políticas y de Estado, trabajando en la medida de mis posibilidades y aportando al país y al pueblo, como siempre ha sido y será mi compromiso ineludible. Gracias a Dios y a los médicos, todos, he superado este difícil momento. De vuelta a la Patria. ¡Seguiré venciendo!