La Nunciatura Apostólica en Santo Domingo inauguró esta Navidad un encendido de luces que simboliza el deseo de unidad del pueblo dominicano. Este evento, inspirado por la devoción a la Virgen de la Altagracia, se ha convertido en un símbolo de esperanza, no solo para la República Dominicana, sino también para las naciones hermanas que atraviesan momentos difíciles.

El evento, que reunió a fieles, autoridades civiles y eclesiásticas, incluyó un discurso del Nuncio que rememoró el recorrido iniciado hace tres años con la conmemoración del centenario de la coronación de la Virgen de Higüey.

Asimismo, se recordó el deseo de los devotos de la Altagracia de rendir homenaje al Papa a través de un pesebre en la Plaza de San Pedro, un deseo que se transformó en este gesto de iluminar la casa del Papa en Santo Domingo, como muestra de fe y solidaridad.

Mensaje íntegro

Carissimi amici: salutem in domo Romani Pontificis Sancti Dominici de Guzman

Pero quizás es mejor dejar el latín, aunque sea el idioma oficial de la Iglesia católica, y volver al español, así que:

Queridos amigos, bienvenidos a la casa del Romano Pontífice en Santo Domingo de Guzmán, bienvenidos a la Nunciatura Apostólica.

Saludo ante todo a aquellos que sólo habían visto esta casa desde la Avenida Máximo Gómez o desde la calle César Nicolás Pénson y se han preguntado distraídamente de quién es esa casa.

Saludo a aquellos que, aunque nunca han pasado por los portones, sabiendo que era la Nunciatura Apostólica, al pasar por aquí han dicho una oración recordando que el Papa Francisco siempre pide que se ore por él.

Saludo, entre aquellos que ya habían entrado, a los Arzobispos y Obispos dominicanos que, probablemente en estas paredes, recibieron una noticia que cambió sus vidas y quién sabe, a veces regresan con el pensamiento de aquel día en que supieron que el Papa los había elegido Pastores para la Iglesia dominicana, con una mezcla de gratitud por la gracia recibida y de dudas por los problemas que desde ese día han tenido que enfrentar.

Saludo a las autoridades civiles y militares que en alguna ocasión han entrado en esta casa por razones de oficio y, a pesar de su papel, se han sentido un poco intimidadas porque pisaban un pedazo de la historia dominicana – no por nada estamos al lado de la sede de la Fundación Joaquín Balaguer – y en la historia más larga de la Iglesia católica.

Si hoy los portones de la Nunciatura se han abierto y ustedes están aquí, se debe a la Altagracia. Ante todo, porque son los devotos de la protectora de la República Dominicana quienes han organizado lo que hoy inauguramos. Gracias por su esfuerzo y su compromiso, que se ha vuelto aún más gravoso por la lluvia que inesperadamente sigue cayendo también en este mes de diciembre.

Pero sobre todo porque esta ocasión es un fruto tardío de un camino iniciado hace aproximadamente tres años. En ese momento, más o menos, se comenzaba a trabajar para celebrar dignamente el centenario de la coronación de la Virgen de Higüey, que fue en agosto del 2022, mucho antes de mi llegada.

La Altagracia en esa ocasión ciertamente bendijo a todo el pueblo dominicano, pero reservó una bendición particular para la Nunciatura Apostólica. Esa, de hecho, fue una ocasión propicia para que los devotos de la Altagracia y la Nunciatura comenzaran a colaborar y a conocerse.

Esos mismos devotos intuyeron que tras la visita del Delegado Pontificio, S.E. Mons. Edgar Peña Parra, para las celebraciones del centenario, sería bonito devolver la visita al Papa en Roma, y así sucedió, con la muestra de las obras inspiradas en la iconografía de la Altagracia que se realizó en el Vaticano hace un año.

Pero esa visita generó un segundo deseo – siempre, imagino, inspirado por la protectora de la República; por otro lado, la misma Altagracia es una representación de la natividad. El deseo de montar, como pueblo dominicano, el Pesebre en la Plaza de San Pedro. Ese deseo permanece guardado, se ha topado con el hecho de que la lista de espera para que eso se realice es larga, al menos un par de décadas.

De aquí, sin embargo, el recuerdo del pequeño Vaticano que es la Nunciatura y el proyecto reformulado: el de montar la Navidad en la casa del Papa en Santo Domingo.

Y aquí estamos hoy, en este encendimiento de luces que es expresión del deseo del pueblo dominicano de unirse, al menos idealmente, alrededor del Papa en esta Navidad y bajo la mirada bendecida de la Altagracia.

Son luces que quieren calentar el corazón e invitar a una oración en este tiempo de alegría por El que nace. Pero son luces que en su simplicidad también quieren iluminar las situaciones más oscuras de esta isla: las situaciones de injusticia y pobreza, animando la caridad de los católicos para que puedan ser superadas.

Son luces que quisieran encenderse más allá de las fronteras de la República, para ser signo de esperanza para la vecina Haití, que sigue envuelta en las tinieblas de la confusión y la violencia.

Además, son luces que quisieran llegar hasta los países en guerra: a la tierra que acogió la encarnación de Jesús, a la vecina Siria, a Ucrania y a todos esos lugares en los que, y cito al premio Nobel de literatura Giuseppe Ungaretti: a todos aquellos lugares en los que es evidente que el infierno se abre sobre la tierra a medida que el hombre se evade, loco, de la pureza de Su pasión.

Encendamos, entonces, estas luces, no sin antes haber agradecido al maestro que ha unido los deseos y esfuerzos de aquellos que han transformado la Nunciatura en una casa abierta, al menos por unas horas, al pueblo dominicano, el Consejero de esta Nunciatura, Mons. Jain Mendez.

Y no sin antes haber pedido, en la oración, la bendición de la Altagracia sobre el ministerio del Papa y sobre cada uno de nosotros.

Dios te salve María y feliz Navidad a todas y todos

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