Desde que una tormenta se convierte en huracán, la población va recibiendo informaciones fidedignas de su trayectoria y de la fuerza o debilidad que experimentará en su tiempo de existencia. Esos datos, valiosos por demás, no son fáciles de obtener, pero desde hace años existe la tecnología para compilarlos y una de ellas es fundamental y la proporcionan los aviones “cazahuracanes”, aparatos que están encargados de recopilar “in situ” los datos meteorológicos de los huracanes, para lo cual penetran al mismo ojo del fenómeno.
¿Pero cuáles características deben tener estas aeronaves y cómo operan para realizar su titánica labor?
Los cazahuracanes no son aviones comunes y corrientes y tampoco el personal que viaja en ellos, pues, además de los equipos tecnológicos que poseen para transmitir al Centro Nacional de Huracanes de Miami las informaciones que recopilan, deben estar construidos con unas tipologías específicas para poder volar y no ser derribados por los potentes huracanes, cuyos vientos suelen sobrepasar los 250 kilómetros por horas, si son categoría 5. Este tipo de aeronave se desplaza por el aire a velocidades superiores a los 600 kilómetros por horas, o sea el doble de la mayor celeridad que experimentan los huracanes, que oscila entre los 120 y 300 kilómetros para su máxima categoría. Están siendo utilizados desde la década de los años 50.
Su importancia radica en que los datos que ofrecen son más precisos sobre los huracanes, pues los satélites meteorológicos no pueden detectar la presión barométrica en el interior de este tipo de fenómeno o proveer datos precisos sobre la temperatura y la velocidad del viento que experimentan.
Los “cazas” operan en el Océano Atlántico Norte y el Océano Pacífico Oriental. En el océano Índico y el Pacífico occidental se los conoce como “cazadores” o “rastreadores de tifones”.
En los Estados Unidos, estos escuadrones de reconocimiento, como se les llama, se han conformado con aeronaves y tripulación de la Marina, Fuerza Aérea y de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus sigla en inglés). Uno de los escuadrones es el 53 de Reconocimiento Atmosférico de la Fuerza Aérea de EEUU, que tiene su sede en la base de Kessle, cercano a la ciudad Biloxi, en Mississipi. Uno de los más emblemáticos es el Hércules WC-130, que posee una longitud de 29.8 metros, lo que se asemeja en tamaño a una cancha de basquetbol; una altitud de 11.9 metros y una envergadura de 40.4 metros y cuatro turbo hélices, cada una de las cuales tiene 4,437 caballos de fuerza. Ellas son las responsables de la velocidad que el aparato desarrolla. Sus alas miden 39.7 metros. La altitud máxima que alcanza es de 8, 615 metros.
Una misión de 11 horas
Cada misión de estos aviones dura 11 horas normalmente, para lo cual se deben de abastecer del combustible suficiente. Durante la misma el avión se dirige al ojo del huracán. En su trayecto, lo primero que hace la nariz (radar) del “caza” es registrar la lluvia y la velocidad del viento. Cuando llega al ojo del fenómeno le lanza una sonda de medición, la cual calcula su temperatura, presión, velocidad y vientos. Luego hace un giro y retorna por segunda vez al ojo del huracán, esto es para recolectar los datos transmitidos por la sonda que anteriormente había depositado ahí. Ya realizado este proceso, el meteorólogo que viaja en la nave procesa la información y la envía vía satélite al Centro Nacional de Huracanes.
El reto es llegar ojo
El personal del avión está compuesto por cinco personas, que son dos pilotos, un ingeniero de vuelo (responsable del lanzamiento de la sonda), un director de vuelo (que hace las funciones de meteorólogo de las alturas); y un navegante.
Antes de partir, estos son convocados dos horas antes al lugar de trabajo, donde reciben los últimos informes atmosféricos, calculan el combustible a usar y diseñan el plan de vuelo. También se hace una especie de plan de imprevistos, debido a que pueden despegar con el objetivo de penetrar a un huracán categoría 2 y al llegar al fenómeno éste tener la categoría 4 o 5. No es fácil llegar al objetivo, pues deben adentrarse en la tempestad, cruzar la pared del huracán, que suele tener unos 670 kilómetros de diámetro, si es en el océano Pacífico y la mitad sí es en el Atlántico.
Video from yesterday’s flight into #Irma on #NOAA42. Advisories at https://t.co/3phpgKMZaS Credit Rob Mitchell/NOAA pic.twitter.com/75GklRCHep
— NOAAHurricaneHunters (@NOAA_HurrHunter) 9 de septiembre de 2017
“El problema es llegar a su interior. Requiere mucha pericia porque no se puede ingresar al huracán directamente a través de la pared del agua, hay que acompañar el movimiento de rotación del mismo, pero al revés. O sea, los huracanes se desplazan en contra de las manecillas del reloj –en el hemisferio sur- y la única forma de entrar a ellos en yendo a favor de las manecillas, volando en círculo, de forma que va disminuyendo el diámetro en la medida que el aparato se aproxima al centro”, explica Lixion Ávila, experto en ciclones del Centro Nacional de Huracanes.
El ingreso al ojo del huracán tarda dos horas y es toda una odisea que incluye, si no se tienen puestos los cinturones seguridad, que los tripulantes salgan disparados de sus asientos, debido a las turbulencias que se experimenta en el vuelo. Ya dentro del ojo, todo reina una calma absoluta y aparece el sol por encima de la columna de nubes que componen las paredes internas del huracán. Ahí, entonces se lanza la sonda desde unos 3,000 metros de altura. El propósito de la sonda, que suele durar una hora en descender hasta el mar, es medir la temperatura en la superficie del agua, la humedad ambiental y las oscilaciones en las corrientes.
Video of a flight through the eye of #Irma on #NOAA42. Flights on both the WP-3D Orion and G-IV #NOAA49 continue. Credit Nick Underwood/NOAA pic.twitter.com/9ini4bOnYF
— NOAAHurricaneHunters (@NOAA_HurrHunter) 5 de septiembre de 2017
Han visitado el país
El país ha contado con la visita de dos de estas modernas aeronaves. La primera de ella fue en el año 2007, antes del inicio de la temporada ciclónica, como parte del programa de coordinación con los países de la región caribeña. La segunda vez, fue el año pasado -2016-. Estas visitas han sido coordinadas por la Oficina Nacional de Meteorología (Onamet).
Nota. Este trabajo se realizó con la colaboración del experto meteorológico Jean Suriel.