El Pontífice falleció en Roma tras la bendición de este Domingo del Urbi et Orbi.
El Vaticano ha quedado en manos del cardenal camarlengo, el irlandés Kevin Farrell, quien será el encargado de organizar las exequias y convocar a los cardenales del mundo para elegir un nuevo Papa.
El Santo Padre Francisco expiró a las 07.35 horas de la mañana de este lunes, según la página del Vaticano. “Su vida entera ha estado dedicada al servicio del Señor y a la Iglesia”, expresa un mensaje en el que se destaca su coraje y su amor universal en una vida entregada a los pobres.
“Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados. Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Trino”, expresa el mensaje.
Este domingo fue la última aparición pública del Papa, el primero latinoamericano.
Con gesto rígido y rostro serio y dolorido, se asomó al balcón central de la basílica de San Pedro para impartir la tradicional bendición ‘Urbi et orbi”.
Después se subió al papamóvil para saludar personalmente a unos 35.000 peregrinos que había en San Pedro y otras decenas de miles en los alrededores.
Solicitó al mundo que “vuelva a esperar en que la paz es posible”.
Biografía del Papa Francisco
El primer Papa americano ha sido el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, quien antes fuera arzobispo de Buenos Aires, según la biografía oficial en la página web de la Santa Sede.
Fue una figura destacada de todo el continente y lo describen como un pastor sencillo y muy querido en su diócesis, que había visitado a lo ancho y a lo largo, incluso trasladándose en medios de transporte público, en los quince años de ministerio episcopal.
“Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos”, había dicho más de una vez para explicar la opción de vivir en un apartamento y de prepararse la cena él mismo. A sus sacerdotes siempre les recomendó misericordia, valentía apostólica y puertas abiertas a todos. Lo peor que puede suceder en la Iglesia, explicó en algunas circunstancias, “es aquello que De Lubac llama mundanidad espiritual”, que significa “ponerse a sí mismo en el centro”. Y cuando citaba la justicia social, invitaba en primer lugar a volver a tomar el catecismo, a redescubrir los diez mandamientos y las bienaventuranzas. Su proyecto era sencillo: si se sigue a Cristo, se comprende que “pisotear la dignidad de una persona es pecado grave”.
Su biografía oficial es de pocas líneas, al menos hasta el nombramiento como arzobispo de Buenos Aires. Llegó a ser un punto de referencia por sus fuertes tomas de posición durante la dramática crisis económica que devastó el país en 2001.
En la capital argentina nació el 17 de diciembre de 1936, hijo de emigrantes piamonteses: su padre, Mario, era contador, empleado en ferrocarril, mientras que su madre, Regina Sivori, se ocupaba de la casa y de la educación de los cinco hijos.
Se diplomó como técnico químico, y eligió luego el camino del sacerdocio entrando en el seminario diocesano de Villa Devoto. El 11 de marzo de 1958 pasó al noviciado de la Compañía de Jesús. Completó los estudios de humanidades en Chile y en 1963, al regresar a Argentina, se licenció en filosofía en el Colegio San José, de San Miguel. Entre 1964 y 1965 fue profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe y en 1966 enseñó las mismas materias en el Colegio del Salvador en Buenos Aires. De 1967 a 1970 estudió teología en el Colegio San José, y obtuvo la licenciatura.
El 13 de diciembre de 1969 recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo Ramón José Castellano. Prosiguió la preparación en la Compañía de 1970 a 1971 en Alcalá de Henares (España), y el 22 de abril de 1973 emitió la profesión perpetua. De nuevo en Argentina, fue maestro de novicios en Villa Barilari en San Miguel, profesor en la facultad de teología, consultor de la provincia de la Compañía de Jesús y también rector del Colegio.
El 31 de julio de 1973 fue elegido provincial de los jesuitas de Argentina, tarea que desempeñó durante seis años. Después reanudó el trabajo en el campo universitario y entre 1980 y 1986 es de nuevo rector del colegio de San José, además de párroco en San Miguel. En marzo de 1986 se traslada a Alemania para ultimar la tesis doctoral; posteriormente los superiores le envían al colegio del Salvador en Buenos Aires y después a la iglesia de la Compañía de la ciudad de Córdoba, como director espiritual y confesor.
Es el cardenal Antonio Quarracino quien le llama como su estrecho colaborador en Buenos Aires. Así, el 20 de mayo de 1992 Juan Pablo ii le nombra obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. El 27 de junio recibe en la catedral la ordenación episcopal de manos del purpurado. Como lema elige Miserando atque eligendo y en el escudo incluye el cristograma ihs, símbolo de la Compañía de Jesús.
Concede su primera entrevista como obispo a un pequeño periódico parroquial, «Estrellita de Belén». Es nombrado enseguida vicario episcopal de la zona de Flores y el 21 de diciembre de 1993 se le encomienda también la tarea de vicario general de la arquidiócesis. Por lo tanto no sorprendió que el 3 de junio de 1997 fuera promovido como arzobispo coadjutor de Buenos Aires. Antes de nueve meses, a la muerte del cardenal Quarracino, le sucede, el 28 de febrero de 1998, como arzobispo, primado de Argentina. El 6 de noviembre sucesivo fue nombrado Ordinario para los fieles de rito oriental residentes en el país y desprovistos de Ordinario del propio rito.
Tres años después, en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, Juan Pablo ii le crea cardenal, asignándole el título de san Roberto Bellarmino. En esa ocasión, invita a los fieles a no acudir a Roma para celebrar la púrpura y a destinar a los pobres el importe del viaje. Gran canciller de la Universidad Católica Argentina, es autor de los libros Meditaciones para religiosos (1982), Reflexiones sobre la vida apostólica (1986) y Reflexiones de esperanza (1992).
En octubre de 2001 es nombrado relator general adjunto para la décima asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, dedicada al ministerio episcopal, encargo recibido en el último momento en sustitución del cardenal Edward Michael Egan, arzobispo de Nueva York, de presencia necesaria en su país a causa de los ataques terroristas del 11 de septiembre. En el Sínodo subraya en particular la «misión profética del obispo», su «ser profeta de justicia», su deber de «predicar incesantemente» la doctrina social de la Iglesia, pero también de «expresar un juicio auténtico en materia de fe y de moral».
Mientras, en América Latina su figura se hacía cada vez más popular. A pesar de ello, no pierde la sobriedad de trato y el estilo de vida riguroso, por alguno definido casi «ascético». Con este espíritu en 2002 declina el nombramiento como presidente de la Conferencia episcopal argentina, pero tres años después es elegido y más tarde reconfirmado por otro trienio en 2008. Entre tanto, en abril de 2005, participa en el cónclave en el que es elegido Benedicto xvi.
Como arzobispo de Buenos Aires —diócesis de más de tres millones de habitantes— pensó en un proyecto misionero centrado en la comunión y en la evangelización. Cuatro los objetivos principales: comunidades abiertas y fraternas; protagonismo de un laicado consciente; evangelización dirigida a cada habitante de la ciudad; asistencia a los pobres y a los enfermos. Apuntaba a reevangelizar Buenos Aires “teniendo en cuenta a quien allí vive, cómo está hecha, su historia”. Invitaba a sacerdotes y laicos a trabajar juntos. En septiembre de 2009 lanzó a nivel nacional la campaña de solidaridad por el bicentenario de la independencia del país: doscientas obras de caridad para llevar a cabo hasta 2016. Y, en clave continental, alimentó fuertes esperanzas en la estela del mensaje de la Conferencia de Aparecida de 2007, que define “la Evangelii nuntiandi de América Latina”.
Hasta el inicio de la sede vacante era miembro de las Congregaciones para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, para el clero, para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica; del Consejo pontificio para la familia y de la Comisión pontificia para América Latina.
El pasado 18 de abril el Papa hizo su última oración, según el sitio web del Vaticano.
En la XII estación que describe, cuando Jesús muere en la cruz, el Papa, reflexiona: “En el Calvario, ¿dónde estamos nosotros?, ¿bajo la cruz?, ¿a cierta distancia?, ¿lejos? O tal vez, como los apóstoles, ya no estamos. Tú expiras, y este respiro, último y primero, sólo pide ser acogido. Señor Jesús, orienta nuestros caminos hacia tu don. No permitas que tu soplo de vida se disipe. Nuestra oscuridad busca luz. Nuestros templos quieren permanecer definitivamente abiertos. Ahora el Santo ya no está detrás del velo, su secreto se ofrece a todos. Lo percibe un militar, que observando de cerca cómo mueres reconoce un nuevo tipo de fuerza. Lo comprende la multitud que había gritado contra ti; antes estaba distante, pero ahora encuentra el espectáculo de un amor jamás visto, de una belleza que la hace volver a creer. A quienes te ven morir, Señor, tú les das el tiempo de volver, golpeándose el pecho, golpeándose el corazón, para que su dureza se haga pedazos. A nosotros, Jesús, que frecuentemente te miramos todavía desde lejos, concédenos vivir acordándonos de ti, para que un día, cuando vengas, también la muerte nos encuentre vivos”.