“No olvidemos que los Estados Unidos tienen un largo historial en el uso incontrolado de la fuerza militar, con diferentes propósitos, que abarca 58 intervenciones militares, 28 golpes de Estado y más de 20 millones de muertos. Tomando en cuenta estos antecedentes, la comunidad internacional, los pueblos amantes de la paz, debemos estar alertas y no tomar esta amenaza del presidente Trump como una simple declaración”, expresó sobre el caso de Venezuela Miguel Mejía, secretario general del MIU.
Santo Domingo, R.D.- El presidente norteamericano gusta de presionar y chantajear, como mismo hacía para labrar esa fortuna de la que presume lograda por métodos ya superados por la humanidad. Lo nuevo en este caso es que se ha referido a que la opción militar no se descarta en el caso de Venezuela, fracasada ya todas las demás opciones y planes puestos en práctica, incluyendo el fomento y dirección de la subversión interna, la quema de personas, la guerra económica y los intentos de golpe de Estado.
Trump está despavorido. Jamás le dijeron sus asesores que la Revolución Bolivariana es tan fuerte en lo interno y suscita tanta solidaridad en lo externo. Agotadas las campañas mediáticas de satanización, derrotadas las guarimbas con la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, en ruta el país hacia la profundización real de la institucionalidad sustentada en la constitucionalidad; en fuga o en prisión sus principales acólitos y cipayos, no le quedaba a Donald Trump otro recurso que el de la senil amenaza de usar la fuerza e invadir al país. Más o menos, lo mismo que viene haciendo en la región desde 1898.
No olvidemos que los Estados Unidos tienen un largo historial en el uso incontrolado de la fuerza militar, con diferentes propósitos, que abarca 58 intervenciones militares, 28 golpes de Estado y más de 20 millones de muertos. Tomando en cuenta estos antecedentes, la comunidad internacional, los pueblos amantes de la paz, debemos estar alertas y no tomar esta amenaza del presidente Trump como una simple declaración, aunque muchos consideramos estos métodos superados y favorecemos las soluciones de los conflictos mediante el diálogo, la vía diplomática, evitando siempre la guerra, que sólo beneficia a gobiernos y grupos económicos que históricamente han vivido de ésta, para beneficio propio y en perjuicio de la humanidad.
Los gobiernos tienen el derecho de actuar dentro de un marco soberano y conforme a sus leyes y constituciones, sobre todo aquellos que son el resultado de un proceso democrático, por la vía electoral. Violentar estos preceptos es violentar el derecho internacional que rige el mundo moderno de hoy. Las constantes amenazas de Trump a Venezuela obligan a que este gobierno, junto a su pueblo, adopten medidas de autodefensa que les permitan resistir posibles acciones de hecho y decidir su destino bajo el principio de ¡VENCER O MORIR!
Grave error: la amenaza , lejos de erosionar el apoyo popular al gobierno de Nicolás Maduro, ha levantado un huracán de solidaridad y adhesiones, incluso desde el sector más nacionalista, o más realista de la derecha, ese que sabe que las bombas norteamericanas no distinguirán entre opositores y chavistas, ni respetarán propiedades. Hasta el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, país donde radican siete bases militares norteamericanas, y el genuflexo presidente Peña Nieto, de México, han rechazado el uso de la fuerza militar en el caso venezolano, y descartado que esta crisis pueda ser resuelta con misiles y marines.
Lo más importante no es eso, sino que, como acaba de declarar el filósofo norteamericano Noam Chomsky, “si Venezuela cae, la humanidad cae”. Una invasión contrarrevolucionaria impune del imperialismo norteamericano contra Venezuela significaría un retroceso de cien años en las luchas populares y reivindicativas del mundo, no solo de América Latina y el Caribe. Volveríamos a la época terrible del Plan Cóndor y la Doctrina de Seguridad Nacional, causantes de la tortura, muerte y desaparición de cientos de miles de personas, y a la instauración del más brutal capitalismo neoliberal.
Venezuela no caerá, ni Trump podrá lograr por las armas, lo que fue incapaz de lograr por vías democráticas y pacíficas. Una agresión a Venezuela sería destapar el volcán dormido de la resistencia armada continental, incendiar Colombia, Centroamérica, México y el Caribe, y propiciar que las llamas del inmenso incendio lleguen y pasen las fronteras norteamericanas.
Estamos en el mismo hemisferio, Venezuela no es Vietnam, ni Afganistán, ni Siria, ni Iraq. Lo que suceda aquí podrá llegar por tierra al territorio norteamericano, ya suficientemente escindido y enfrentado consigo mismo, como acaban de testimoniar los tristes sucesos de Charloteville, Virginia. Al primero que no le conviene abrir en su costado el frente de una guerra de cien años, es al propio Trump. Y seguro lo sabe, a pesar de su supina ignorancia histórica y política.
Las amenazas no harán cambiar el curso que lleva el proceso transformador de la Revolución venezolana. Cuba a vivido amenazada, acosada y bloqueada por más de medio siglo, y no se ha rendido ni ha cejado en su empeño por construir una sociedad más humana y justa. Venezuela sigue su marcha, a pesar de los chillidos de un emperador mediocre y derrotado.
Corresponde a los pueblos, y especialmente al dominicano, que ha sufrido en carne propia dos zarpazos del mismo sistema político injerencista que amenaza hoy a Venezuela, estar alerta, denunciar, movilizarse y combatir este viejo intento, que porta una nueva peligrosidad.
No permitamos que la oscuridad se abata sobra la hermana República Bolivariana de Venezuela, tan solidaria con los pueblos del mundo.
No permitamos que se le imponga por la fuerza un sistema político diferente al que ha decidido soberanamente su pueblo.
Estemos alertas y dispuestos a defender solidariamente al hermano pueblo venezolano, si la locura de la derrota se transforma en manos de Trump en una aventura militar.