Cuando todo Perú se preguntaba quién era ese desconocido maestro de primaria que había ganado la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Santos Fernández ya tenía la respuesta.

“Conozco a Pedro Castillo desde que era un niño; es un hombre honesto y trabajador”, afirma desde la plaza principal de Tacabamba, en una pausa de la patrulla de ronderos de la que forma parte.

Las rondas campesinas surgieron en Perú en la década de 1980 como forma de autodefensa de las comunidades rurales frente al abigeato y la guerra entre el Estado peruano y la insurgencia comunista de Sendero Luminoso.

Con el tiempo, acabaron convirtiéndose en una fuerza de orden público más, sobre todo en el Perú rural, de donde procede el candidato Castillo.

Santos Fernández se toma muy a pecho su trabajo de rondero, y, cada noche, acompañado de sus compañeros, patrulla las calles de Tacabamba armado con una binza, una especie de látigo hecho con la piel seca del pene del toro con el que impone las leyes del campo.

Hasta hace poco, quien va adelante en el conteo de votos de las presidenciale se paseaba a diario por estas empinadas callejuelas. Era uno de los maestros de la escuela primaria de esta pequeña localidad enclavada en el corazón de los Andes peruanos. De ahí viene el apodo con el que ha hecho fortuna en la política: el profe.

Y las cosas se ven desde aquí arriba de manera muy diferente a Lima y el Perú costero que mayoritariamente se decantó por Keiko Fujimori, la otra candidata.

“Este país tiene demasiadas riquezas para tener tantos pobres”, proclama Santos, casi calcando el que ha sido uno de los lemas de la campaña de su paisano, que en la campaña ha exhibido como uno de sus símbolos el sombrero rústico con el que se cubren muchos cajamarquinos.

Tacambamba es una de las muchas poblaciones rurales del Departamento de Cajamarca, uno de los más pobres de Perú según las estadísticas oficiales. Para llegar hasta aquí hay que rodar casi cinco horas desde la ciudad de Cajamarca por carreteras cuyo trazado y pavimento ponen a prueba las tripas del viajero más aguerrido.

Aunque la peruana ha sido en los últimos años una de las economías más dinámicas de América Latina, la mejora no se ha notado en las vías que recorren esta sierra.

En sus tramos más elevados, la carretera surca picos por encima de los 4.000 metros de altitud.

Los lugareños combaten el soroche, como llaman aquí al mal de altura, mascando hoja de coca, que los forasteros pueden adquirir en algunos de los pocos negocios abiertos en la carretera.

La polémica de la minería

Lejos de Lima y del Perú costero, en las imponentes montañas cajamarquinas se lleva a cabo un lucrativo negocio.

Los Andes esconden ricos yacimientos de oro y otros minerales, y aquí en Cajamarca están algunas de las mayores minas de Sudamérica, pero muchos en estas tierras se preguntan si el trato es justo para ellos.

“¿Cómo puede ser que de aquí se saque oro que se reparte por todo el mundo y las carreteras sigan sin arreglar”, se pregunta Juan Chillón, activista medioambiental que en las últimas elecciones compitió sin éxito por un asiento en el Congreso con una alianza de partidos de izquierdas.

Las promesas de “recuperación” de la riqueza nacional del candidato Castillo en la campaña fueron bien acogidas en lugares como este, donde sectores de la población local llevan años protestando por lo que consideran abusos de las empresas mineras, a las que culpan de extraen los recursos sin repartir los beneficios con las comunidades locales y causar graves daños medioambientales.

Aunque no todos lo ven de la misma manera. El ingeniero Julio Chávez, que trabajó durante 12 años en el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental, una agencia pública, señala que “muchas veces el problema son las comunidades que no entienden los beneficios y se niegan a que se construyan las infraestructuras”.

“También quieren que las mineras les den trabajo, pero estas son explotaciones que no pueden contratar a gente sin cualificación”, añade Chávez.

Según el Ministerio de Energía y Minas, la minería supone el 61% de las exportaciones de Perú y la mayor fuente de ingresos en divisas del país, lo que ayuda a explicar por qué se trata de un asunto central en el debate público peruano.

Para los cajamarquinos, especialmente los que viven en la sierra, resulta difícil evitarlo. La minería está demasiado presente y domina sus paisajes. En Hualgayoc, a medio camino entre Cajamarca y Tacabamba, la gigantesca mina de oro y cobre que la multinacional sudafricana Gold Fields explota en el Cerro Corona preside el horizonte.

Su estampa impresiona. Años de explotación han pelado la ladera de la montaña, que ahora deja ver los sucesivos estratos en que se ha ido extrayendo el mineral como si fuera un enorme queso rebanado en láminas perfectas. Al pie de la montaña, una hilera de camiones rodea la enorme laguna central transportando toneladas de roca y cal.

Ni siquiera la gran plaza de toros de Hualgayoc, reflejo de la arraigada afición taurina de la sierra cajamarquina, puede competir en tamaño con semejante infraestructura.

Símbolo de resistencia

A veces, los promotores del negocio minero se han topado con una resistencia insuperable de la gente de aquí.

Un caso paradigmático es el de Máxima Acuña, una mujer que se negó a vender su terreno y se erigió en el obstáculo insalvable para el desarrollo del megaproyecto minero Conga de la compañía estadounidense Newmont.

Máxima sigue viviendo en su casa en una desierta montaña, donde ocasionalmente recibe la visita de periodistas que se interesan por su historia. No hay oferta económica que la pueda convencer de marcharse en el paraje desierto y gélido en el que tiene su casa.

El proyecto lleva años paralizado y Máxima vive con su marido rodeada de los campamentos que abandonaron los mineros. Castillo ha prometido que, si llega a presidente, dará carpetazo definitivo al proyecto Conga y Máxima podrá por fin dormir tranquila.

Como Máxima Acuña, Pedro Castillo es un peruano de la sierra. Natural de Puña, una pequeña aldea campesina, vive en una modesta casa en la también pequeña Chugur, cerca de Tacabamba, donde todos lo conocen. En realidad, aquí todos se conocen.

Betsabé Tarrillo fue maestra de uno de los dos hijos de Castillo y ha sido durante años su compañera de trabajo en la escuela de Tacabamba.

“Siempre ha sido un hombre responsable y comprometido, con valores”, afirma. En un local comercial presidido por un póster del Che Guevara, Betsabé conversa con otros profesores allí reunidos antes de que llegue la hora del toque de queda por la epidemia de covid, que la ronda se encarga de imponer estrictamente.

Todos recuerdan con gratitud el papel de Castillo en la huelga de docentes de 2017. Él era entonces uno de los dirigentes del Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación del Perú (Sutep) y logró arrancarle al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski mejoras para este colectivo. Fue la primera vez que Castillo alcanzó notoriedad pública.

Tarrillo ve en su paisano una “oportunidad para Perú de tener por primera vez un presidente que no esté manchado por la corrupción”.

Keiko Fujimori se impuso en Lima y otros departamentos costeros, pero Castillo barrió en Cajamarca con más de un 70% de los votos.

Y la campaña de Keiko Fujimori, basada en presentar a Castillo como un “comunista” con vínculos con el “terrorismo” de Sendero Luminoso, no ha logrado convencer a muchos en esta región.

“Pedro Castillo es mi vecino; lo conozco bien”, dice Marielba Tarrillo, la tía de Betsabé. “Dicen que es un terrorista, pero es un hombre que ha dedicado su vida a la niñez y a su chacra”. Ahí, en su terruño de Chugur, lleva años sembrando papas, frijoles, arvejas y otros cultivos típicos de la zona.

Otros vecinos de Tacabamba presentan a Castillo como un hombre austero, fiel de la iglesia evangélica del Nazareno, a la que solía acudir con su mujer, Liliana Paredes.

Sus detractores ven en el culto evangélico que sigue la causa de actitudes machistas, como los comentarios en los que atribuyó los femicidios a la “ociosidad que genera el Estado”.

Pero eso no parece importarles mucho en Tacabamba.

“Keiko es lo peor. Ya tuvimos un Fujimori como presidente y fueron años en los que hubo muchos atentados y corrupción”, comenta Marcial Vázquez, también profesor en Tacabamba, que ha observado con asombro cómo el premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa pedía el voto para el fujimorismo, al que siempre denostó, para frenar a Castillo.

“Eso demuestra que esa gente no defiende unos ideales, sino solo sus intereses”.

A muchos votantes urbanos de Fujimori les preocupa la supuesta falta de preparación del candidato Castillo, que en una entrevista con el periodista Diego Acuña dio muestras de no entender del todo el concepto de monopolio y otros de economía básica.

Pero a Marcial eso le da igual. Lo importante para él es que “Pedro no se va a vender; porque a él no lo pueden comprar con dinero”.

Él es uno de los que siente que el Estado les ha dado históricamente la espalda a esta región.

Y la pandemia de covid ha vuelto a poner de manifiesto las carencias del Perú rural. En el país que ha reconocido la mayor tasa de mortalidad del mundo. muchos de los muertos lo han sido en el campo.

José Isidro Medina, gerente de la red sanitaria de Tacabamba, explica que “la pandemia ha pegado muy duro y no contamos con suficientes equipos de protección”.

Ruth García Briones, la joven subprefecta de Tacabamba, lamenta que “aquí no se cuenta con medios más que para estabilizar a los pacientes y luego no queda más remedio que enviarlos a Chota”, una población más grande a unas dos horas por una carretera pésima.

Sus seguidores de Tacambamba esperan que Castillo acabe con años de atrasos en la medicina rural peruana, al menos aquí en su tierra.

Por primera vez en mucho tiempo, sienten que, si las impugnaciones masivas presentadas por Keiko Fujimori no lo impiden, el próximo presidente de Perú será uno de los suyos.

La pregunta es si al Castillo presidente se le daría tan bien dirigir un país en crisis como cultivar papas o enseñar cálculo elemental a los muchachos en la escuela.

A juzgar por la historia reciente de Perú, que ha tenido 4 presidentes en los últimos 4 años, los congresistas de Lima serán mucho más difíciles de manejar que sus alumnos de Tacabamba.

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