Lisboa, 30 jul (EFE).- A sus 70 años, Antonio Grosso recuerda cada detalle de los abusos sufridos en su infancia. Su testimonio forma parte de la investigación que destapó la existencia de cerca de 5.000 víctimas en el seno de la iglesia católica lusa. “Nunca más”, reclama en vísperas de la visita del papa Francisco a Portugal.
Miembro de la asociación “Corazón Silenciado”, que agrupa a abusados de la iglesia, lamenta que la Jornada Mundial de la Juventud no haga referencia alguna al tema, aunque no pierde la esperanza de que el papa lance una “manifestación pública de apoyo a las víctimas” y contribuya a “concienciar” a la juventud.
La agenda oficial de Francisco en Portugal comienza el día 2 y concluye el 6, con ceremonias en Lisboa y el santuario de Fátima durante la JMJ.
Ni una mención a los abusos en el programa, aunque el portavoz del Vaticano, Matteo Bruni, no descarta un encuentro con víctimas que, “si existiera”, será “reservado, para facilitar el proceso de cura”.
La JMJ se celebra en un país que hace seis meses se conmocionó con las revelaciones de una comisión independiente creada por la Conferencia Episcopal Portuguesa (CEP): Más de 4.800 víctimas de abusos en la iglesia y decenas de abusadores en activo.
“Es preciso hacer un aviso para que nunca más esto se repita”, defiende Grosso en una entrevista con Efe.
MENSAJES PARA EL PAPA
La gran esperanza para las víctimas es el encuentro con el papa que, explica Grosso, será reservado, apenas con una docena de personas en un lugar por determinar y al que podrá asistir un integrante de “Corazón Silenciado”.
Será su oportunidad para entregarle un informe con testimonios y una propuesta para impedir por ley la prescripción de los delitos de abusos a menores en la iglesia.
“La prescripción para nosotros es en sí misma un crimen. Nunca prescribe el drama de una niña violada, ni de un niño abusado”, denuncia.
La asociación quiere también retomar el derecho de indemnización de las víctimas y criticar la reacción de la cúpula católica portuguesa, que, lamenta Grosso, “encubrió abusos” y lanzó comentarios “indignos” para restar importancia a la gravedad del problema.
“Hubo una actitud de desprecio por las víctimas y desvalorización del trabajo de la comisión independiente”, afirma.
La CEP dejó en manos de los obispos la decisión sobre los sospechosos y cada diócesis actuó por su cuenta, apartando del cargo a cerca de una quincena de sacerdotes, algunos de los cuales han retomado su actividad en los últimos meses.
Las críticas no se hicieron esperar, incluso desde las altas jerarquía, como el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, conservador y católico practicante, que no ocultó su “desilusión” con la reacción de la iglesia.
DENUNCIAR, DENUNCIAR, DENUNCIAR
Hijo de una familia numerosa y católica, el de Antonio Grosso es un caso que ilustra bien los abusos en la iglesia en Portugal durante los años 60 y 70.
A los 10 años, ingresó en un seminario en Santarem (a unos 80 kilómetros de Lisboa) y fue abusado por el sacerdote, un personaje conocido entonces porque oficiaba las misas dominicales que emitía la televisión pública en plena dictadura.
Después, pasó a un refugio cerca de Fátima a cargo de un fraile franciscano “mucho más sórdido y violento”, donde vivió, además de sufrir abusos sexuales, hambre y violencia.
“Se masturbaba entre mis piernas y me decía, ahora tienes que ir a misa, pero primero a confesar por tus pecados… como si el pecador fuera yo”, recuerda.
“Es el complejo de culpa hipócrita que crean en las víctimas”. “Nos inculcan el pecado y nos hacen vivir en un silencio horrible que en mi caso fue de diez años. Tenía accesos de rabia, complejo de culpa, mucha humillación y autocastigos, llegaba a pegarme a mí mismo frente al espejo”.
Grosso logró romper el cerco de silencio y “hoy felizmente estoy liberado del trauma, aunque no de la rabia. Consigo hablar con naturalidad y cada vez que lo hago me libro todavía más”
“Hay que denunciar, denunciar, denunciar”, concluye. EFE