La revista The Economist ilustró su última tapa con un Joe Biden convertido en un trabajador de la limpieza que tiene que asear una Casa Blanca muy sucia. Los desperdicios políticos que dejó Donald Trump son colosales y, aun haciendo las cosas bien, le llevará mucho tiempo al nuevo presidente estadounidense terminar de barrer todos los pasillos.
Sus mayores desafíos son el control de la pandemia, la recuperación económica y unir al país profundamente dividido. Y sobrevolando por encima de ellos está el del cambio climático. Trump es un negacionista e impulsó tantas medidas contra el medio ambiente como pudo. Biden tendrá, ahora, una dura tarea para desmantelarlas.
Comenzó el primer día en el Salón Oval firmando el reingreso al Acuerdo de París, el más ambicioso plan global para detener el cambio climático del que se había excluido Trump. Y lo acompañó con una serie de iniciativas para invertir casi dos billones de dólares en mitigar los efectos de la emisión de gases contaminantes. Claro que todo tendrá que pasar por un Senado donde los republicanos se van a oponer y en el camino es probable que se encuentren con varias voluntades demócratas. Y por el otro lado, tendrá la presión del ala más progresista de su partido que presentó ya un muy ambicioso plan denominado Green New Deal (Nuevo Pacto Verde) para lograr la eliminación de las emisiones del sector energético para 2035 y cero emisiones netas en toda la economía para 2050.
Por lo pronto, tendrá que tomar medidas para imponer límites de contaminación por metano en las operaciones de petróleo y gas; impulsar estándares más altos de economía de combustible para vehículos bajo la Ley de Aire Limpio; y destinar cientos de miles de millones de dólares en vehículos de cero emisiones y recursos de energía limpia. Al tiempo que los abogados de la agencia ambiental del gobierno, EPA, tratan de restablecer o poner fin a los retos jurídicos contra las regulaciones como la Ley de Aire Limpio, el Plan de Energía Limpia y la capacidad de los estados como California para establecer sus propios estándares de emisiones de los vehículos, que podrían evitar la liberación de miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero.
También es probable que la administración de Biden elimine rápidamente la lista de negacionistas climáticos, grupos de presión de combustibles fósiles y ejecutivos petroleros que Trump colocó en puestos de poder en las agencias federales; que ponga fin a la supresión de los informes científicos; y que restaure la confianza del Gobierno federal en los científicos y otros expertos para tomar decisiones críticas sobre el cambio climático.
Obviamente, nada de todo esto podrá ser realizado “de un plumazo”. Las iniciativas podrían ejecutarse a fuerza de decretos y dentro de las agencias federales, como ya sucedió durante los dos mandatos de Barack Obama. Pero siempre estará la Corte Suprema que los puede revertir, particularmente ahora que Trump se encargó de dejar un tribunal mayoritariamente conservador con la incorporación de la jueza Amy Coney Barrett.
Es probable que un hombre de consenso, como es Biden, comience por medidas que puedan tener el apoyo de senadores que necesitan llevar el progreso a sus distritos como un proyecto de ley de infraestructura, ya presentado en el Congreso, que podría suponer inversiones en las líneas de transmisión de electricidad, parques eólicos marinos, protecciones de la costa y otras medidas de adaptación climática.
En el frente internacional, es fundamental el regreso de Estados Unidos al acuerdo logrado hace cinco años en Francia por el que los países se comprometen a mantener el aumento promedio de la temperatura del planeta por debajo de los dos grados con respecto a la pre Era Industrial. Volver al redil internacional requerirá que Estados Unidos presente un nuevo conjunto de compromisos para reducir las emisiones antes de la próxima Conferencia de Cambio Climático de la ONU que se debería realizar en noviembre 2021 en Glasgow, Escocia.
Claro que tras cuatro años del “Estados Unidos primero” de Trump, durante los cuales sistemáticamente trastocó las más importantes alianzas comerciales y militares, se necesitará tiempo para restaurar la credibilidad del país a nivel global. “Estados Unidos tendrá que desempeñar un papel menos importante que en el pasado en la creación de la agenda internacional hasta que haya recuperado suficiente confianza”, explicó a la revista MIT Technology Review la profesora de política energética de la Universidad de Tufts, Kelly Sims Gallagher.
De todos modos, Biden no es un militante del Green New Deal ni mucho menos. Rechazó de plano a grupos como Sunrise, que busca una rápida descarbonización y la prohibición de la producción de petróleo y gas. En uno de los debates con Trump, el nuevo presidente dijo que estaba a favor de una “transición” de la industria petrolera a favor de las energías renovables, pero luego aclaró que impediría que los fondos gubernamentales fluyeran hacia la industria petrolera. “No vamos a deshacernos de los combustibles fósiles. Vamos a deshacernos de los subsidios a los combustibles fósiles”, dijo.
De acuerdo a sus anuncios durante la campaña, Biden también va a intentar impulsar una agenda verde más ambiciosa dentro del G-20, el grupo de los países más desarrollados. Y allí aparecen Brasil, Argentina y México. Además, en su plan de gobierno Biden habla de “una red energética más integrada desde México a través de Centroamérica y Colombia, abastecida por energía cada vez más limpia”.
“La plataforma Biden menciona los cambios en el uso del suelo en nuestro continente como fuentes de emisiones específicas. Además de convocar al G20 a reducir emisiones y fortalecer la red energética verde en las Américas, esta mención sugiere que al interior de la administración se conoce la magnitud del desafío y que habrá políticas concretas al respecto”, precisa Liliana Dávalos, bióloga y profesora de Stony Brook University en Nueva York al sitio especializado Mongabay Latam.
Otro de los programas que podría volver y reiniciar muchos de los objetivos que quedaron frenados es el Low Emission Development Strategies (LEDS) —Estrategias de desarrollo de Bajas Emisiones— de la USAID, la agencia para el Desarrollo Internacional. Con ese programa creado por la administración Obama, el organismo financiaba a 24 países con el objetivo de que ejecutaran acciones para reducir las emisiones.
En Latinoamérica recibieron fondos Colombia, Perú, Costa Rica, Guatemala y México. El profesor Exequiel Ezcurra de la Universidad de California recordó en una entrevista con Mongabay que durante el gobierno de Obama se prohibió la pesca en una zona alrededor de Hawái y esto hizo que varios países latinoamericanos tomaron decisiones similares: Chile en las islas de Pascua y el archipiélago de Juan Fernández, Ecuador con sus primeros decretos para conservar el mar de Galápagos, Costa Rica con la Isla del Coco, Colombia con la isla de Malpelo y México con el archipiélago de Revillagigedo. “Ese ejemplo de Estados Unidos y las consecuentes decisiones de los gobiernos latinos crearon una zona de conservación de islas que permite la migración de especies de un archipiélago a otro y el éxito reproductivo alrededor de las islas”, precisó Ezcurra.
En otro discurso de campaña, Biden llamó a las potencias a que aporten 20.000 millones de dólares para frenar la deforestación en la Amazonía de Brasil. Y agregó que si después de recibir el dinero no se dejan de talar los bosques en ese país, los responsables “tendrán consecuencias económicas importantes”.
Algo que le valió el primer enfrentamiento con el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, quien al igual que Trump es un negacionista del cambio climático y afirma que la deforestación en la Amazonía no parará por ser un hecho “cultural”. Bolsonaro le respondió que no aceptaba “sobornos” y que la diplomacia no era suficiente. “Cuando acaba la saliva, tiene que haber pólvora”, aseguró.
Y el otro tema que Biden deberá abordar es el de los “migrantes climáticos”, los que huyen de sus países por el deterioro ambiental, ya sea por deforestación, falta de agua, etc. Un buen ejemplo de este fenómeno es el de los migrantes que salieron en caravana hace unos días desde Honduras para dirigirse a la frontera estadounidense atravesando México, víctimas del embate de dos huracanes devastadores.
“Aquí es donde se entrecruzan los derechos humanos con el medio ambiente. Cuanto más deterioro climático en los países centroamericanos, más refugiados. Y esto pondrá más presión sobre la frontera”, comenta el profesor Ezcurra.
La pandemia del covid hizo olvidar por unos cuantos meses la otra gran epidemia del cambio climático para la que no hay vacuna y cuyos métodos de prevención son muy costosos y dolorosos. Biden tiene el desafío de afrontar las dos al mismo tiempo. Ambas están íntimamente ligadas. Si continúa la deforestación y destruimos el hábitat natural de los animales, estaremos cada vez más expuestos a que los virus salten a los humanos. Lo mismo sucede con el aumento de la temperatura que modifica ambientes naturales y lanza más pestes al viento.